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[...] pero sintió que el "ahora" valió mucho más que solo disfrutar de su persona; hubo una infinidad de escenarios por compartir, mas no rompió con el silencio, ante el temor de cercenar tan melifluo torrente de anhelos, él creyó haberlo dicho todo, haberlo advertido todo.
[...] jurar, el jamás abandonarte incluso cuando no perciba tu existencia, cuando crea perderlo todo, cuando crea haberte perdido —sentenció y expuso esa predisposición a corresponder a todo lo que ella tan dulcemente entregó. Cerró este pacto tan cargado de melosidad con una suerte de promesa, tan fatídica en su esencia, pues le arrebató la tranquilidad de la muerte una vez el olvido la volviese irrelevante, ese era el deseo de la inhumana y él, al verse por primera vez conmovido por algo, procuró darle a cambio todo lo que ella supo otorgarle, porque para él algo tan mísero implicó absoluta integridad. A través de un fuerte parpadeo acortó esa intensidad devoradora, ablandó su mirada para apreciar la belleza de quién juró acompañarle, fue obvio al plantear su agrado por ese lado tan superficial, así como lo hizo al declarar su complacencia frente a los sentimientos, eso con lo que colmó el vacío intrínseco a su naturaleza. Se pudo quedar así toda la eternidad, de poder hacerlo [...]
[...] intacta la cercanía entre miradas, mas se encargó de apoyar la correspondiente mano sobre el dorso de la de ella. Una caricia tersa examinó cada detalle del posterior de su mano, no existió presión por medio a romperla, pero su presencia fue irrevocable, el fantasma de la unión romántica deambuló en esa cándida unión. La quietud se logró en la raíz de su mano, indicativo de un musitar tan cuidado como lo expresado en el tacto—. Entonces yo procuraré jamás dejarte sin aliento, pero a su vez no puedas contenerlo. Hare palpitar tu corazón hasta que necesites arrancarlo, para nunca privarme de estos hermosos sentimientos, estos que tan vivo me hacen sentir, mi dulce Fleur —las palabras menguaron en intensidad, cayeron al susurro, pero no acabaron en la quietud total—. Ya no pienses en el olvido, aunque exista, no se perpetuará para nosotros; ahora que me lo has jurado, incluso de extraviar cada recuerdo, sé que volverá y con ello tú también lo harás, eso es lo que yo puedo [...]
[...] ansiado, pues dispuesto estuvo a dejarse desollar para ella jamás sentir frío, le dio el derecho del tacto indiscriminado, aceptó el gusto por su inmaculada cercanía. Sin siquiera emitir respiración la escuchó condenarse a la permanencia, a dejarse azotar por el viento invernal que él encarnó, esa pequeña flor solitaria que decidió permanecer en la sima del noveno abismo. Y luego de su entrega, la veracidad de su inquebrantable promesa él la aceptó al intimar nuevamente las miradas, ni siquiera la casualidad hizo que se alejasen estas, sin temor y con insistencia penetró a través de sus pupilas, no por recelo, sino para empaparse de todos esos sentimientos desbordados por la inhumana. Era contagiosa esa viciosa dicha, la turbación trasmitida, para su fortuna, se perpetuó en su vacuo interior, el olvido se mantuvo lejos en el instante culmen del anhelo, el rastro más claro de él que tuvo de ese amor. Acorde al cuidado que mereció, se rompió la anterior posición, dejó [...]
Desde antes su mirada abrió, en el instante que las lágrimas hallaron muerte en los límites de su mandíbula; estas era su alma que emergió tímidamente del interior, quebradiza, como si fuese a de la tierna carne blanquecina que servía de contenedor. Atestiguó la existencia de esa sonrisa dibujado en labios tan inocentes, como desbordó esta de esas emociones que también se vieron atrapadas en su endeble voz, misma que fungió como herramienta para sellar ese pacto carente de sangre, y que aún así tomó todo de ambas partes. Hubiese estado toda una eternidad a la espera de otros cambios en su rostro, mas aquel tacto directo con su rostro rompió con su intención, haciendo que la sorpresa ampliara aún más su enternecida sonrisa; un complemento perfecto el que ella empleó para reforzar tan íntimo juramento. Fue cómplice al mantenerse silente, se limitó a solo recargar su cara contra el ápice de aquellos delgados dedos, este apoyó fue el permiso [...]
— Siempre... Siempre te haré feliz. Siempre estaré junto a ti. Ahora, por siempre, para siempre. Lo juro por todo lo que soy, por mis cuernos, por mí nombre y por mi alma. —Una sonrisa se fugó entre sus palabras. Era el nerviosismo y la felicidad quienes le hacían sonreír de una manera tan animada, tan nerviosa que parecía una inocente criatura que experimentaba por primera vez las dulces mieles del amor en lugar del escozor y la amargura.— Yo, Fleur, jamás dejaré que me olvides, jamás, porque el día en que suceda, cuando me olvides y deje de ser importante para ti, yo moriré; como rosa de primavera cuando la azota el invierno desapareceré. Porque viviré por y para ti. —De a poco abrió sus ojos y con desespero intentó buscar los ajenos para confirmarle que no mentía, que aquella no era una amenaza sino más bien una promesa que pretendía sellarle con la más sincera de sus palabras.— Y también moriré por y para ti. Solo tu voz será capaz de doblegarme siempre, a tu antojo y necesidad.
[...] brillaban y parpadeaban con fuerza para asegurarse de ocultar todo rastro de sus emociones. Y los cerró con fuerza cuando sus frentes se encontraron; pequeñas lagrimas brotaron de sus ojos, deslizándose con suavidad por sus mejillas hacia su mentón. ¿Cómo era posible sentir tanto amor y felicidad en tan poco tiempo? Ese debía ser el destino caprichoso que finalmente le sonreía después de décadas de soledad y angustia, de miedo y ansiedad; y Fleur sonrió, sonrió como si todo aquello fuese una broma de mal gusto que, bien o mal, le había arrebatado una que otra sonrisa. Una de sus manos, la derecha, abandonó la espalda del varón y, con todo el cuidado que podía tener, sin mencionar que el temor, la aproximó para tomarle la mejilla con suavidad, apenas posándose con la yema de los dedos, como si con ello intentara pedirle la autorización para dejar que le tocase.
¿Y si quizá no era amor lo que sentía, y todo aquello solo se debía a su instinto de supervivencia ante la especie dominante? Negó, mas no hubo movimiento alguno en ella para no perturbar la oportunidad de gozar de su presencia por más tiempo. Y finalmente su boca se movió, tan dichosa de hacerle saber todo lo que sentía que en sus ojos también se mostró la dulzura que impregnó en sus palabras conforme se animó a recitarle:— Mi corazón solo late por ti. Mi corazón solo quiere... Solo quiere decirte cuan feliz estoy, cuan importante y querida me siento por ti. Mi corazón... —De nuevo respiró hondo, porque sentía que las emociones se desbordaban por su pecho hasta el punto de ahogarla lentamente en el éxtasis y la satisfacción de un sentimiento correspondido sin egoísmo.— Mi corazón quiere decirte cuan importante te has vuelto para mí. —En su voz dejó entrever esa sensación de llanto que poco a poco amenazaba con alcanzarla, pero solo quedaba el reflejo de ello en sus ojos que [...]
[...] su corazón podía experimentar. Inspiró tan hondo que no solo buscó darse valor para enfrentar la realidad sino que lo hizo para grabarlo en lo profundo de su ser y embriagarse de tanta dulzura que, sus gestos y palabras, le habían proporcionado a pesar de ser un encuentro con tantos tropiezos.— Mi corazón... —Murmuró con la suavidad y la debilidad de quien teme quebrar un frágil cristal y arruinar la ilusión que alimentaba esa sensación de amor que experimentaba la híbrida. Relamió sus labios, con las ansias a flor de piel y las emociones incontrolables por confesarle todo lo que sentía, todo lo que le hacía vivir y lo que le hacía pensar de una forma tan desbocada que sentía la necesidad extrema de expresar todo sin siquiera detenerse a pensar. ¿Era muy pronto para confesarle todo lo que le hacía sentir? ¿No estaba ella errando al darle un nombre tan íntimo a sus emociones? ¿Y si se estaba dejando llevar o se equivocaba con ello?
Aunque buscaba en lo más profundo de sus memorias, estaba segura de que jamás había experimentado una soledad tan cálida. Todas esas emociones y sensaciones eran tan únicas que deseaba atesorarlas por siempre en sus recuerdos; desde su tacto nervioso y apenas sensible, hasta su aroma casi imperceptible sino es que nulo y que solo adquiría un ligerísimo dulzor producto de sus propias ideas. Aquel joven era como el sol para Fleur, tan cálido e inalcanzable que se conformaba con apenas recibir unos pocos de sus rayos para darse por bien servida; y comenzaba a creer que lo necesitaba para vivir, para llenar todos los vacíos que su existencia misma representaba y le permitirían experimentar las emociones más humanas de las que, desde su tierna infancia, se veía privada por el egoísmo y temores de su propia especie. Entre los brazos ajenos Fleur se estremeció ante la sola idea de separarse demasiado, de esa sensación vibrante que le quedaría en las manos y en el vacío que [...]

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