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[...] brillaban y parpadeaban con fuerza para asegurarse de ocultar todo rastro de sus emociones. Y los cerró con fuerza cuando sus frentes se encontraron; pequeñas lagrimas brotaron de sus ojos, deslizándose con suavidad por sus mejillas hacia su mentón. ¿Cómo era posible sentir tanto amor y felicidad en tan poco tiempo? Ese debía ser el destino caprichoso que finalmente le sonreía después de décadas de soledad y angustia, de miedo y ansiedad; y Fleur sonrió, sonrió como si todo aquello fuese una broma de mal gusto que, bien o mal, le había arrebatado una que otra sonrisa. Una de sus manos, la derecha, abandonó la espalda del varón y, con todo el cuidado que podía tener, sin mencionar que el temor, la aproximó para tomarle la mejilla con suavidad, apenas posándose con la yema de los dedos, como si con ello intentara pedirle la autorización para dejar que le tocase.
 
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