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Dulzura derrochó en la sonrisa dibujada por sus labios, puesto que de su mirada nada puede emerger, siquiera la compasión por quién mucho padece. Diferentes por un mandato desconocido, a pesar de las diferencias algo quizá comparten; la ausencia de algo que parece importante como la justificación de la propia alma, esta ha de ser la única piedad que puede regalarle.

— Aunque son muchas las identidades, algunas incapaces de ser dichas con la lengua que compartimos, puedes llamarme Gaikokujin; así es como pretendo ser conocido —musitó con la calidez de un demonio, la amabilidad de alguna deidad que ha caído por pozos abismales, mas nada de su perdida divinidad posee él que no es diferente a un vulgar hombre que necesita por las noches descansar y por el día trabajar.

Ofreció finalmente la diestra, ese cuyo tacto es tan gélido como un muerto y tan liviano como quién no posee corazón.

— ¿Cómo debería llamarte a ti, que has nublado la belleza de tu mirar con angustia?
FlakyIzumi · 26-30, F
Aquel tono suave de voz le invitaba a calmarse, y así poco a poco sus músculos dejaron de contraerse para finamente relajarse. Al finalizar el discurso del desconocido alzó la mirada lentamente, sabía que no iba a encontrarse a quien anhelaba sin embargo una simple confesión podría aliviar su existencia.
Sus ojos dorados se encontraban enmarcados por párpados rojizos de llantos nocturnos y prolongados, no lograba ver el cielo sin derramar lágrimas de dolor.
Tenía miles de preguntas bailando en su mente, más sólo tomó una por el momento. Antes de formular la pregunta, enderezó el cuerpo sin despegar su mirar de la persona que yacia frente a él, obedecer a la petición no era problema, de donde venía sólo para eso servía.

─Primero.... Dime, ¿Quién eres? Y con gusto ofrecere mi hogar.─
— Blanco cáustico que ahoga tu perfecto cuerpo, ojos adormecidos que seguramente han de estar agotados por contemplar los cielos, ¿qué es eso que intentas encontrar tan cabizbajo? ¿Un pensamiento se ha caído por error de esas hebras blancas que por una cruenta casualidad compartimos? Ahí no han de estar, porque durante miles de vidas todos han buscado, ¿no has visto desde las estrellas, al pretender dormitar y con la providencia hablar? Seguramente no, porque quién sabe de finitud sabe que no ha de detenerse nunca a pensar, los locos entienden que la ataraxia entregada tras la iluminación no es más que un mar de fauces enloquecido, creadores de silencios abismales; mejor cuéntame, pero levanta la cabeza mientras estoy frente a ti, sirve hospitalidad a este viajero, y quizá una historia escape de mis labios.

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