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Fl1558148 · M
Y, súbitamente, los ojos encendidos en llamas del Duque se abrieron en la oscuridad.
Furia. Frente a él, los inicios de su cruzada desfilaron. Su ascenso entre las filas, su genio castrense, el rápido alzar de su pendón sobre los que antaño fueron sus enemigos; ahí estaba él, orgulloso, colmado de frialdad y desprecio por todo cuanto le rodeaba. Y la codicia, ¡ah! ¡Esa acuciante necesidad de hacerse con todo, de poseer lo que le fue negado por sus orígenes humildes! ¡Esa deliciosa avaricia! ¡Ese impulso casi orgásmico, superior a los placeres de la carne, que lo hizo alzarse de entre sus pares y dominar con puño de hierro! Ese era el verdadero Flauros, la razón por la que antaño fue llamado el Leopardo Blanco: embustero, vengativo, sin temor de destruir a su propia especie en pos de sus objetivos.
Furia. Frente a él, los inicios de su cruzada desfilaron. Su ascenso entre las filas, su genio castrense, el rápido alzar de su pendón sobre los que antaño fueron sus enemigos; ahí estaba él, orgulloso, colmado de frialdad y desprecio por todo cuanto le rodeaba. Y la codicia, ¡ah! ¡Esa acuciante necesidad de hacerse con todo, de poseer lo que le fue negado por sus orígenes humildes! ¡Esa deliciosa avaricia! ¡Ese impulso casi orgásmico, superior a los placeres de la carne, que lo hizo alzarse de entre sus pares y dominar con puño de hierro! Ese era el verdadero Flauros, la razón por la que antaño fue llamado el Leopardo Blanco: embustero, vengativo, sin temor de destruir a su propia especie en pos de sus objetivos.
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