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— Reinvención —

"He muerto dos veces. De la primera me levanté fuerte, decidido a enfrentar todos los abismos con tal de proteger aquello que amaba. De la segunda, he regresado con plenos recuerdos de quién soy, y sabiendo nuevamente lo que había olvidado, envuelto en la estupidez del amor: estoy solo. No necesito a nadie... Y recobraré lo que siempre ha sido mío."
 
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Fl1558148 · M
A lo lejos, logró divisar una figura solitaria, que serviría para sus propósitos: alimento y vestimenta, los cuales obtendría con la primera de miles de muertes que lograría perpetrar. Riendo para sí mismo. Flauros se lanzó sobre su presa, rompiéndole el cuello con facilidad escalofriante, antes de arrastrarlo consigo hacia las sombras; y, al amparo de ellas, se deleitó en sorber el alma que escapaba del fiambre, rejuveneciéndolo, trayéndole el vigor necesario para comenzar el arduo - y exquisito - camino de su venganza.
Fl1558148 · M
La primer bocanada de aire lo hizo asquearse. El Duque intentó vomitar, pero no había nada dentro suyo fuera de las ansias por tomar represalias; recargándose en los codos, porfió hasta recobrar el dominio de sí mismo, probando a usar sus nuevas - antaño destruidas - extremidades para ponerse en pie. Sus plantas lograron sostenerlo en precario equilibrio, mas el orgullo lo hizo mantenerse erecto, llenándolo de la dignidad inefable que solo un auténtico gobernante puede tener; sus ojos, tras varios parpadeos, lograron acostumbrarse a la luz tenue de las farolas, y su piel comenzó a erizarse, resintiendo los embates del viento frío que comenzó a soplar, cual si anunciara su retorno.
Fl1558148 · M
Los brazos del abismo hubieron de soltarlo, superados por la fuerza insólita que la voluntad de Flauros opuso ante sus caricias de hierro y hielo; pronto, el esfuerzo rindió frutos, ayudado por esa voz enloquecedora que parecía provenir de todas partes y de la nada a un tiempo, insidiosa, sibilante.

Sí... Vuelve, Flauros, y reclama tu puesto en los infiernos... Reinarás de nuevo, y ahora, nada ni nadie podrá volver a lastimarte... Has aprendido la lección.

Flauros, cegado por el caos, ni siquiera asentía; concentraba cada ímpetu, cada amargura, cada reproche de su ser, en la volición de su escape, hasta que fue imposible seguirlo reteniendo por más tiempo y el tejido de lo material se rasgó para vomitar un engendro nuevo, desnudo, repleto de cicatrices pero indudablemente vivo; alimentado por el odio y el resentimiento, pero vivo al final. El frío y húmedo pavimento lo recibió, y la lluvia comenzó a lavarlo, aún cayendo sobre las calles de aquella ciudad desconocida.
Fl1558148 · M
Todo cuanto había deseado había sido suyo, pues él tuvo las fuerzas para dominarlo y obtenerlo; ahora, recordando quién era en realidad, la cólera afiló sus facciones y tiñó su sonrisa de horrísona malicia; y sus ojos, esos pedernales apagados, se volvieron brasas, refulgiendo con las promesas de castigo y destrucción que traería a sus enemigos.

"Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra."

Él sería el instrumento de la ira. Sus manos serían quienes removieran los cimientos mismos de la realidad, destruyendo todo cuanto alguna vez amó, en justa retribución por las traiciones que había sufrido. El amor comenzó a replegarse en su interior, engullido por la bestia que ahora cegaba sus sentidos: la que con indignación acuciante lo hizo rebelarse contra las tinieblas, forcejeando por liberarse.
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Y, súbitamente, los ojos encendidos en llamas del Duque se abrieron en la oscuridad.

Furia. Frente a él, los inicios de su cruzada desfilaron. Su ascenso entre las filas, su genio castrense, el rápido alzar de su pendón sobre los que antaño fueron sus enemigos; ahí estaba él, orgulloso, colmado de frialdad y desprecio por todo cuanto le rodeaba. Y la codicia, ¡ah! ¡Esa acuciante necesidad de hacerse con todo, de poseer lo que le fue negado por sus orígenes humildes! ¡Esa deliciosa avaricia! ¡Ese impulso casi orgásmico, superior a los placeres de la carne, que lo hizo alzarse de entre sus pares y dominar con puño de hierro! Ese era el verdadero Flauros, la razón por la que antaño fue llamado el Leopardo Blanco: embustero, vengativo, sin temor de destruir a su propia especie en pos de sus objetivos.
Fl1558148 · M
Las sombras habían hecho presa en él, atrayéndolo a su seno con el amor de una madre acunando a su hijo predilecto. Flauros se había permitido desvanecerse, perder la conciencia y, finalmente, encontrar el descanso, tras haberse visto con el corazón roto y nada en las manos; todo le fue arrebatado de un plumazo: su reino, su familia, su vida misma. ¿Qué objetivo tendría despertar? La última merced le había sido concedida; y él, ingenuo, había creído que valdría la pena, hasta que la funesta escena se desplegó frente a su mirada embrutecida, acertando de lleno en la más profunda grieta de su ser. Todo él se resquebrajó, vacío, triste, vencido para siempre.

No.

Algo dentro suyo se revolvió, desafiante e iracundo. Cual una serpiente que se enroscara sobre sí misma, preparándose para arrojarse a la caza; con su lengua viperina saboreando el ambiente, temblando con la anticipación de la libertad.

No. Ellos deben pagar. Todos ellos... Te abandonaron. Te traicionaron.

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