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Fl1558148 · M
Chordeva se hallaba recobrándose del nacimiento de Miaru, su segunda hija: ¿sería esa la razón por la que justo ahora la guerrera había acudido en busca de él, sabiéndolo con la guardia baja? Como fuese, la silueta femenina delante suyo, y su actitud belicosa, no dejaban lugar a dudas: uno de los dos perecería esa noche. Flauros, aún en una postura indolente (sentado, con las piernas separadas y ambos brazos recargados sobre ellas; por lo que se inclinaba ligeramente hacia adelante), alzó la mirada para confrontar a la retadora; clavándola en los ojos ambarinos que lo escrutaban con el odio que los defensores del bien reservaban para seres como él, dignos representantes de lo malévolo y abyecto. Tenía motivos sobrados para sentirse orgulloso de sus méritos en ese rubro.
Vaya, vaya.
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Vaya, vaya.
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