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Fl1558148 · M
[center]El momento apremiaba, sin noción del tiempo o espacio - de nada en realidad, más allá que el ardor ajeno, que la música excitante de los gemidos con que Chordeva acompañaba sus andares. Si sus estocadas habían sido precisas, ininterrumpidas y presurosas, con el crecer del frenesí adquirieron mayor pleitesía, dedicándose por entero a arrancar más de esa melodía lasciva, profunda, que delataba la intensidad del enlace. Él también se hallaba embebido por completo en la embriaguez del acto carnal; sus ojos entrecerrados, su vientre repleto de urgencia, hablaban de esa tenacidad que todas sus acciones tenían: en particular, por supuesto, aquellas que dedicaba para enloquecer a su amada. En un desliz propio del candor, Flauros aplicó sus labios al espacio en la tierra de nadie entre mente y corazón; halló refugio para sus dientes en el cuello ajeno, y la marca no se hizo esperar, tan intensa como sus asaltos. Sin embargo, sería incapaz de detenerse ahí.
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