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Fl1558148 · M
Su forma humana, si bien vigorosa, no alcanzaba la misma resistencia maratónica de su verdadero ser, por lo que, como cualquier otro hombre, hubo de permitir que la somnolencia se disipara un tanto antes de poder alzar la cabeza y echar un vistazo alrededor, para reconocer el lugar.
Y entonces, la vio.
Ella. La perfección de su esposa, quien, ataviada con una camisa suya, con las torneadas y largas piernas de alabastro extendidas en una pose relajada, parecía entretenerse en la lectura. La sonrisa en su rostro fue automática. Tras un breve gruñido que aclaró su garganta, Flauros incorporó la mitad de su cuerpo, el torso, para poder deleitarse mejor con la bella estampa que Deva ofrecía en aquel balcón. Quería llamarla. Sin embargo, tal era su embeleso, que se quedó en completo silencio, recorriendo una y otra vez esa amada figura con la mirada, cual si deseara grabarse cada detalle de ella en la memoria.
Y entonces, la vio.
Ella. La perfección de su esposa, quien, ataviada con una camisa suya, con las torneadas y largas piernas de alabastro extendidas en una pose relajada, parecía entretenerse en la lectura. La sonrisa en su rostro fue automática. Tras un breve gruñido que aclaró su garganta, Flauros incorporó la mitad de su cuerpo, el torso, para poder deleitarse mejor con la bella estampa que Deva ofrecía en aquel balcón. Quería llamarla. Sin embargo, tal era su embeleso, que se quedó en completo silencio, recorriendo una y otra vez esa amada figura con la mirada, cual si deseara grabarse cada detalle de ella en la memoria.
Fl1558148 · M
El mundo humano tenía tanto para ofrecer...
La mañana lo sorprendió en una cama distinta a la que reinaba en la alcoba nupcial del palacio de Malebolge. Los enseres alrededor eran mundanos, de una opulencia distinta; el colchón y la ropa blanca eran mullidos, también cómodos en grado sumo, pero de una naturaleza diferente. Flauros — Liam, pues no mantuvo su forma demoníaca en aquel escape — abrió los ojos somnolientos, al tiempo de revolverse un poco en las sábanas; aún sin despertar del todo, estiró su cuerpo semidesnudo, ahíto de la noche anterior, mientras recobraba, palmo a palmo, la conciencia. La luz del sol que comenzó a bañar su rostro entre las persianas eran tan distinta a la iluminación bermeja del averno... Ese calor terminó por sacarlo del reposo, haciéndolo preguntarse de manera inconsciente dónde estaba y cómo había llegado ahí.
La mañana lo sorprendió en una cama distinta a la que reinaba en la alcoba nupcial del palacio de Malebolge. Los enseres alrededor eran mundanos, de una opulencia distinta; el colchón y la ropa blanca eran mullidos, también cómodos en grado sumo, pero de una naturaleza diferente. Flauros — Liam, pues no mantuvo su forma demoníaca en aquel escape — abrió los ojos somnolientos, al tiempo de revolverse un poco en las sábanas; aún sin despertar del todo, estiró su cuerpo semidesnudo, ahíto de la noche anterior, mientras recobraba, palmo a palmo, la conciencia. La luz del sol que comenzó a bañar su rostro entre las persianas eran tan distinta a la iluminación bermeja del averno... Ese calor terminó por sacarlo del reposo, haciéndolo preguntarse de manera inconsciente dónde estaba y cómo había llegado ahí.
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