Ante el reclamo de su hija, Flauros comprendió que nadie en realidad supo lo que realmente había sucedido con él en la última batalla. Quizá le tildaron de cobarde, u ocultaron el denuedo con el que luchó para proteger a su familia; poco importaba ya, sabiéndose paria entre los parias, renacido por razones que apenas se le revelaban con dolorosa lentitud. Su voz era dura, pero no por el reproche: era el tono apagado de quien había trocado esperanza por decepción, de quien no esperaba nada ya de la vida.

¿Cómo podría anunciarme? En el sepulcro no hay emisarios; y es claro que nadie previó mi vuelta, siendo una novedad tan incómoda. Quizá debí permanecer en las tinieblas. Pero he vuelto... Y no estoy dispuesto a quedarme en ellas, viendo cómo todo por lo que he peleado es repartido entre los buitres.

Aquellos pequeños seres alados hubieron de alejarse en bandada cuando Daenerys empleó sus poderes. Merced al níveo destello, la silueta de Flauros se hizo visible por un momento, desnuda de cintura para arriba: su torso estaba recubierto de cicatrices que sugerían cortes y dentelladas en la piel que apenas se curaba; además, algunas líneas sugerían intentos artificiales de mantener el cuerpo unido mediante suturas. Pero lo más impresionante del diablo era su mirada. No miraba con particular desprecio a su hija; pero había en sus ojos tal amargura, tanto desprecio, que incluso Daenerys encontraría difícil reconocer en esos carbones apagados el espíritu de su antaño amoroso padre.

Peleé para que vivieran. Me alegra que, por lo menos, mi sacrificio te mantuvo a salvo. Por lo demás, parece que fue una completa estupidez.

Nuevamente viajó al momento en que había visitado a su padre, en la prisión, cuando era una niña a manos mortales y no conocía a su verdadera familia. El lazo, la conexión, el sueño, la oscuridad cobijándola. Eran las mismas sensaciones frías del reencuentro, sólo que ahora había... había traición y reproche. Su padre estaba reprochando su comportamiento. ¿Cómo sabría ella que estaba vivo? Lo buscó, cuando se enteró. Desterró a Leviatán de su Reino para levantarse y combatir por su familia. El enojo recorrió su cuerpo. Alzó la mano, blanca, y estiró sus dedos a la parvada. Con un movimiento, un destello blanco los cegó a todos.

— ¿Se suponía que no debía sobrevivir? Así como se suponía que estabas muerto... y llegaste sin anunciarte.

Los murciélagos lo rodeaban, ocultando parcialmente su figura; la luna llena a sus espaldas imprimía sombras macabras a su silueta, de modo que apenas y podían distinguirse sus facciones, pero el brillo de sus ojos era inconfundible; al igual que su voz, aunque ésta tenía un matiz nuevo: resentimiento.

—Hola, Daenerys. Veo que has sobrevivido, como tu madre.

Si en los sueños pudiese cerrar los ojos, lo haría en este momento. La impresión no cabía en el cuerpo de la demonia. Era una visión vívida y horrorosa. Un terrible recuerdo. Su voz era un eco.

—¿Papá...?

—Una voz familiar... ¿Será mi locura, ahora que todos me han abandonado?

— Pero, ¿qué...?