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Los precios de las garras. Una vida marcada con zarpa de fiera.
 
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—Las sirvientas espiaban desde la ventana con disimulo de fantasmas ¡Fedía hablando con una mujer! Y la mujer traía un regalo, no podían creerlo. Era un milagro, un milagro sin dudas. Aunque fuese una plebeya o una mujer de menor estatus, era suficiente para causar ilusión en toda la casa. El hombre no podía creerlo, rascándose la cabeza y la barba ¿Qué iba a decir?— Se encuentra más que bien, hasta sale a pasear con su mujer. Casi todos los días viene a molestarme...—Rezongó con sorna, pues lejos de molestarle le agradaba ver esa vitalidad, sin embargo estaba muy tímido, apenas si le miraba los pliegues del vestido blanco— ¿Qué trae ahí? Parece algo pesado, ¿no le resulta difícil de llevar?
 
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