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— ¿Estás diciendo que seguimos sin poder capturarlos? — Cuestionó con firmeza en la voz la ahora soberana de Xeivia; su mirada permanecía cargada de enojo pero no para con sus soldados, sino para con aquellos intrusos que osaban profanar sus tierras y asesinar a sus bestias. Debía interferir, si alguien tan fuerte como Salander no podía encontrarlos entonces no quedaba de otra. Protegería a su reino aún con su vida.
 
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S1564337 · 26-30, F
En cuanto la princesa inició su camino, Salander se levantó rompiendo con el saludo y la reverencia protocolaria. Se adelantó algunos pasos, interpretando que tenía permiso para hacerlo, provocando que la armadura chocase contra las baldosas de la habitación real. Reconoció que Ériu —como le gustaba llamarle en su mente—, había crecido no sólo en apariencia, sino en sus diferentes inteligencias y de cierta forma, sentía orgullo de ser parte de su desenvolvimiento. Aquella determinación en su mirada, provocaba admiración en la general. Sentimiento que se opacó por las recientes fallas que tuvo comandando al ejército. Bajó la cabeza, susurrando. — Su majestad... — levantó el rostro, también utilizando sus manos para comunicarse. —Lo lamento, pero, no puedo permitírselo. Es mi deber proteger su vida y el reino, no puedo llevarla al frente. Sin embargo... — giró el rostro. La mirada azulada se posó en los presentes y la corte. Sonrió, apenas un gesto, antes de acercarse a la
 
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