Después de todo era lo justo que se imponía por conferir aunque obtuviera un bien merecido adusto rechazo a cambio. Ella comprendía perfectamente y no deseaba importunar más, al menos un par de minutos con el ineludible cruce de miradas en genuina serenidad.

— ¿Eso es realmente lo que creés? — El requerimiento por inquirir sobrepasaba su propio raciocinio a un nivel en sucitar aquella sensación de necedad inclusive infructuoso para ambos, no obstante, prevalecía firme a su actuado sosiego.

Intuyó a la brevedad y de cierto modo ratificó el adquirido conocimiento ante su convivencia de años o quizás tan solo discernía a simple vista la falacia de la veracidad. ¿Lo conocía suficientemente para divisar cualquier comportamiento inusitado? En absoluto habría reflexionado sobre ello, hasta ese preciso instante.
— Detente, no hay necesidad de mentir. Jamás precisaré de una falsa empatía. Es algo que no encaja contigo.