La vista que tenía de la jóven era un pacifico obsequio. Podía sentirse avergonzada incluso de tener que perturbar esa calma con su presencia, pero debía hacerlo.

Se aproximó más, simulando interés en una pequeña maceta que albergaba flores blancas. Miruna desconocía qué eran, sólo apreció su belleza un instante y deslizándose esos pasos que la separaban de su objetivo. Tomó aire, uno, dos tres...

— Buenos días. Disculpe...

Su voz era tan suave como baja. Parecía tímida, aunque no lo era. De lado detalla a la mujer que había seguido, esperando recibir una mirada o una respuesta para continuar.

— Me han dicho que tú creas fragancias personales, a pedido. No estoy segura si eres la persona que busco, pero necesito ayuda y ya no sé dónde más preguntar.