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La Caída del Dragon

*Un imperio más, antes glorioso, no era ya más que cenizas; caído bajo el poder y la tiranía del Monarca de Drachenzunge, quien, vez a vez, ya había sometido a una buena parte del continente bajo el yugo del terror. La nación militar ahora gloriosa, ya que había hecho del poder de incontables naciones, en aquel lado del mar. Ya sólo le faltaban aquellas míticas tierras que, un día consideró gloriosas, no tardarían más de un día en caer bajo el poder de sus enormes bestias. Siete titanes escupe fuego, criados y entrenados para una sola cosa: masacrar.*
 
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Erzebeth · 26-30, F
*Mientras paseaba por las calles reducidas a cenizas ahora, no pudo dejar de percatarse de los esqueletos carbonizados de la gente.

Ya no tenían carne, ni piel, es verdad. Pero en los mismos podía vislumbrar el infinito terror que sintieron al ver llegar la muerte en la forma de siete bestias mortíferas, montadas y comandadas por nadie menos que el Monarca Esparvus.

Más adelante, algo en particular llamó su atención, y era un esqueleto, acurrucado contra una columna ya despedazada, que alguna vez había pertenecido a algún palacio. El cadáver se encontraba, hecho un ovillo, protegiendo a un esqueleto más pequeño, de un modo que con su cuerpo pretendiese ser un escudo contra las llamas, algo que al final había resultado totalmente inocuo.

A su alrededor, más cadáveres de gente que, por su manera de huir, de experimentar el pavor, no había indicio alguno de que fuesen guerreros; siquiera de que estuviesen preparados para encarar a la muerte.*
Erzebeth · 26-30, F
*De alguna manera, el Rey, siendo joven y príncipe aún en el momento, logró hacerlas nacer del sacrificio de siete vírgenes; los había bautizado con su sangre. Por lo que, ahora las bestias, ya adultas, eran más devastadoras y fuertes que cualquier dragón común, superando a estos en demasía y en todos los sentidos.

En aquel momento, la princesa de Drachenzunge, la heredera al trono de la casta guerrera esparvus, pasea por las ruinas, aún incandescentes de lo que era aquella ciudad. Para la chica, era la primera vez que realmente presenciaba el poder de su tirano padre. Y era algo que no podía concebir, no de aquel hombre que siempre había sido tan protector con ella y sus hermanas, que no dudaba en otorgarle muestras de cariño, incluso eran las únicas que habían llegado a conocer la sonrisa cálida de este; gesto que no mostraba a nadie más que a ellas.*

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