Alex se sentó sobre una colina a la luz de la luna, recordando la tragedia hace 60 años atrás en su pasado, cuando todavía creía un poco en la humanidad, cuando aun creía en el amor. Todo aquello se destruyo cuando su antigua y fallecida esposa Yukita pereció pavorosamente entre sus brazos, todo por culpa de una lluvia de flechas envenenadas...
La princesa, presa del pánico, abrazó a su aya y mientras acercaba los dedos a la puerta ya ensangrentada para abrirla y huir, se percató que había silencio en el exterior.
—¿Se fueron? —Preguntó ella mientras respiraba agitada, asustada, empuñando la daga con el filo al frente con la intención de clavarla en el cuello del que intentara atacarla. De pronto, una voz un tanto conocida aunque no familiar le abría el carruaje mientras preguntaba por su condición.
Sus dedos gentiles y cálidos le tocaron las mejillas qued e alguna manera se habían manchado de sangre.-
No respondió a la pregunta del varón, pues su mirada se perdió en sus alrededores, sangre y cadáveres por doquier y un aroma a carne quemada le picó la nariz, provocándole naúseas.
—Tu... ¿Hiciste esto? —Preguntó con voz temblorosa y asustada. -
