Alex se sentó sobre una colina a la luz de la luna, recordando la tragedia hace 60 años atrás en su pasado, cuando todavía creía un poco en la humanidad, cuando aun creía en el amor. Todo aquello se destruyo cuando su antigua y fallecida esposa Yukita pereció pavorosamente entre sus brazos, todo por culpa de una lluvia de flechas envenenadas...
...Se había quedado dormida cuando el sol dejó de brillar sobre la copa de los árboles, descendiendo lentamente conforme el atardecer teñía las nubes de un naranja brillante perdiéndose entre un púrpura profundo. Fue entonces que el relinchido de un caballo la hizo despertar y la caída de la cabina donde viajaba, cayó de rodillas sobre la madera antes de ver que la puerta se abría, humedeciéndose con la nieve que se teñía de rojo cuando su escolta y criadas comenzaban a caer, asesinados por peligrosos desconocidos.
—Princesa... —Susurró la criada que buscaba entre las ropas hasta sacar una daga corta que le entregó a la princesa —Usted no morirá aquí. Yo la protegeré. Tome, ande. Si alguno de ellos intenta tocarla, húndale esto en el cuello. —Dijo la mujer con lágrimas en los ojos. Le entregaba a la princesa Yukita, el único elemento que podría salvarle la vida, pero prefería entregársela a la niña que había cuidado desde que nació.
