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—Un domingo de Resurrección me devolvió la fe en Dios. Tu cariño, tu preocupación, tu presencia, tu tiempo... Te he visto sembrar en mí una nueva luz. Me has cuidado como nadie antes lo había hecho. Has sido y eres el guardián que Dios ha puesto para vigilar mi corazón. Te hice una promesa y triunfaré con la pureza y dignidad que le concierne a mi alma. Me guardaré, me cuidaré, me alimentaré y rezaré...Gracias, me has regalado un nuevo par de alas fuertes, liberándome de mi yugo. Eres el único con el que no temo ser yo misma...Eres mi paz y mi alegría...Te amo...—
18-21, F
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