Nuevamente había matado a alguien por envidia, esta vez su presa fue una mujer con una piel totalmente blanca, labios rojos, cabello rizado y naranjo, sus ojos eran cafés oscuro, era simplemente hermosa, Elizabeth le estuvo observando por mucho tiempo desde las sombras envidiando su libertad al igual que su felicidad. En el momento en que aquella muchacha se encontró totalmente sola aprovechó para enterrarle una daga de plata que tenía en el centro de su pecho, justo en el lugar en donde se hallaba su corazón haciendo que el vestido blanco que llevaba la chica se tiñera del rojo de su sangre