22-25, F
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UmbraEterna · M
Soundtrack Escena:
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Pasos pesados de gigante, clamor imponente de aquel que entre muerte vive y la regala por capricho. Horror sombrío que cubre con su manto dulce a rosas, petricor y jazmín para esconder el hedor putrefacto de la desdicha descompuesta. Pasos de gigante, sí, eso era lo que se escuchaba, pero lo que se sentía era aún más terrible y agobiante: una presión; una densidad intensa, como si aquella ciudad dormida fuese víctima del agarre de una criatura invisible, ignota y espacial.
Él había llegado a lomos de su montura legendaria y con el peor de los humores ya que su confianza había sido mancillada e iba a por los responsables. El heraldo cósmico se veía en demasía imponente a lomos de su robusta y sobrenatural frisona de pelaje carmín infundida en su armadura de adamantium oscuro, con bajos relieves en forma de rosas y tallos espinosos que adornan los bordes de esta siguiendo el patrón de la ominosa armadura de su dueño. Una testera perfila los penetrantes ojos negros del animal, capiza segmentada cubre la crin roja y en el petral, se aprecia el blasón circular de Umbra Eterna labrado en alto relieve y oro. La silla de montar era cómoda, acolchada, de cuero tensado negro dispuesta sobre una flanquera de cota de malla forrada en lino oscuro, en cuyo borrén tenía un par de pequeñas alas cromadas a lado y lado que le daban paso a la barda que esconde y protege la larga cola carmín.
Sin duda era un tanque de guerra y sus pasos de gigante hacían retumbar las baldosas de piedra por las que pasaba. Prontamente llegó a la taberna, aquella de nombre toscos sobre el dintel, “Cabeza de Troll” le llamaban y era por la cabeza de troll disecada justo sobre la gran chimenea del lugar. El caballo que allí estaba amarrado se encabritó volviéndose loco, saltaba y pateaba haciendo traquear la estructura de madera a causa de las riendas que lo atan al lugar, botaba babaza por la boca y sus ojos se abría de par en par, relinchaba y bufaba, no quería estar ahí, no ante él; no ante el demonio de otra dimensión, que tensando riendas desmontó con elegancia acarició la cabeza de su yegua, dejó las riendas sobre el madero.
Se acercó al horrorizado animal demente, levantando su siniestra con un ademán y este de inmediato se amansó, como si entrara en un letargo narcótico y sereno mientras su domador susurraba con dulzura. - Shhh…tranquilo noble ser, tranquilo... Soooh… - Por su parte, el cuervo que también había entrado en frenesí, al ver a su camarada equino calmarse también lo hizo.
Ignis era una bestia enorme comparado al caballo a su lado y mucho más dócil o eso parecía ya que no necesitaba amarre para esperar a su dueño, el cual, caminó y entró al lugar. Cuando abrió la puerta un vaho intenso a tabaco, alcohol y ropa húmeda golpeó su rostro descubierto. Bajó la escalinata en una especie de cámara lenta que resaltaba su porte y lo detallado de su armadura: placas adamantinas negras, con arabescos en forma de tallos de rosas en oro, gema púrpura en el pecho, espada negra al cinto derecho y una capa que levitaba ingrávida como si esta le escupiera a la realidad, una tela gruesa de color morado oscuro que resalta en hilos de oro el blasón de su reino. Su rostro era perfecto, blanca poesía pura y varonil, con mirada penetrante de iris dorado, cabello plateado corto y sombra de barba del mismo color perfilada y pulcra que enmarca unos deliciosos labios rojos, tan provocativos como fruta fresca.
Todos lo vieron, no era un secreto que aquel lugar estaba atestado de malvivientes, malhechores y tramoyeros, los cuales, bajo sus mesas desenfundaron dagas, trabucos y demás, porque sabían que el regreso de aquel Señor con vida, no era nada bueno.
Tabernero: - Mi… mi lord… - El hombre alto, fornido y con espesa barba blanca tras servirle a la mujer, comenzó a temblar al verlo de forma exagerada al tenerlo tras su larga barra cuarteada y sucia, como si fuera una aparición, alguien que no debería estar en el mundo de los vivos, hasta el punto de dejar caer el vaso que estaba secando al suelo partiéndose en mil pedazos y el tenso silencio se apoderó del lugar.
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Pasos pesados de gigante, clamor imponente de aquel que entre muerte vive y la regala por capricho. Horror sombrío que cubre con su manto dulce a rosas, petricor y jazmín para esconder el hedor putrefacto de la desdicha descompuesta. Pasos de gigante, sí, eso era lo que se escuchaba, pero lo que se sentía era aún más terrible y agobiante: una presión; una densidad intensa, como si aquella ciudad dormida fuese víctima del agarre de una criatura invisible, ignota y espacial.
Él había llegado a lomos de su montura legendaria y con el peor de los humores ya que su confianza había sido mancillada e iba a por los responsables. El heraldo cósmico se veía en demasía imponente a lomos de su robusta y sobrenatural frisona de pelaje carmín infundida en su armadura de adamantium oscuro, con bajos relieves en forma de rosas y tallos espinosos que adornan los bordes de esta siguiendo el patrón de la ominosa armadura de su dueño. Una testera perfila los penetrantes ojos negros del animal, capiza segmentada cubre la crin roja y en el petral, se aprecia el blasón circular de Umbra Eterna labrado en alto relieve y oro. La silla de montar era cómoda, acolchada, de cuero tensado negro dispuesta sobre una flanquera de cota de malla forrada en lino oscuro, en cuyo borrén tenía un par de pequeñas alas cromadas a lado y lado que le daban paso a la barda que esconde y protege la larga cola carmín.
Sin duda era un tanque de guerra y sus pasos de gigante hacían retumbar las baldosas de piedra por las que pasaba. Prontamente llegó a la taberna, aquella de nombre toscos sobre el dintel, “Cabeza de Troll” le llamaban y era por la cabeza de troll disecada justo sobre la gran chimenea del lugar. El caballo que allí estaba amarrado se encabritó volviéndose loco, saltaba y pateaba haciendo traquear la estructura de madera a causa de las riendas que lo atan al lugar, botaba babaza por la boca y sus ojos se abría de par en par, relinchaba y bufaba, no quería estar ahí, no ante él; no ante el demonio de otra dimensión, que tensando riendas desmontó con elegancia acarició la cabeza de su yegua, dejó las riendas sobre el madero.
Se acercó al horrorizado animal demente, levantando su siniestra con un ademán y este de inmediato se amansó, como si entrara en un letargo narcótico y sereno mientras su domador susurraba con dulzura. - Shhh…tranquilo noble ser, tranquilo... Soooh… - Por su parte, el cuervo que también había entrado en frenesí, al ver a su camarada equino calmarse también lo hizo.
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Ignis era una bestia enorme comparado al caballo a su lado y mucho más dócil o eso parecía ya que no necesitaba amarre para esperar a su dueño, el cual, caminó y entró al lugar. Cuando abrió la puerta un vaho intenso a tabaco, alcohol y ropa húmeda golpeó su rostro descubierto. Bajó la escalinata en una especie de cámara lenta que resaltaba su porte y lo detallado de su armadura: placas adamantinas negras, con arabescos en forma de tallos de rosas en oro, gema púrpura en el pecho, espada negra al cinto derecho y una capa que levitaba ingrávida como si esta le escupiera a la realidad, una tela gruesa de color morado oscuro que resalta en hilos de oro el blasón de su reino. Su rostro era perfecto, blanca poesía pura y varonil, con mirada penetrante de iris dorado, cabello plateado corto y sombra de barba del mismo color perfilada y pulcra que enmarca unos deliciosos labios rojos, tan provocativos como fruta fresca.
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Todos lo vieron, no era un secreto que aquel lugar estaba atestado de malvivientes, malhechores y tramoyeros, los cuales, bajo sus mesas desenfundaron dagas, trabucos y demás, porque sabían que el regreso de aquel Señor con vida, no era nada bueno.
Tabernero: - Mi… mi lord… - El hombre alto, fornido y con espesa barba blanca tras servirle a la mujer, comenzó a temblar al verlo de forma exagerada al tenerlo tras su larga barra cuarteada y sucia, como si fuera una aparición, alguien que no debería estar en el mundo de los vivos, hasta el punto de dejar caer el vaso que estaba secando al suelo partiéndose en mil pedazos y el tenso silencio se apoderó del lugar.
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