Le lanzó la cuerda hacia el trasero como si se tratase de un látigo, rápido y eficaz.

—Eres tu propia conspiración, Edward.

Iba a hacer de las suyas otra vez pero la invitación le pudo mucho más. Se fue derechito tras el paso de Helena para saciar su intriga. Ah, pero no olvidó la cuerda del arpa; quizás la necesitaría después.

—¿Anécdota, dices? Quisiera oírla.

—Qué maleducado eres, evadiendo aún el tema.

Sacó una cuerda de arpa de quién sabe dónde —no, no lo robó—, y la balanceó un par de veces en el aire.

—Ahora insultas la apariencia de una mujer. Eres inexcusable.

Su turno de defender a la tercera en batalla por su buena alianza. (?)

— Uno contra dos nunca es justo. — Arqueó una ceja con media sonrisa como el reflejo de su nerviosismo.

— El miedo a las brujas te hace callar, si no, sólo mira a la pequeña chismosa. Ahora parece un adorno de árbol de navidad. — Apuntó al ángel, si iba hundirse no se iría solo. [?]

—Podrías haber dicho eso al principio en vez de quedarte callado.

Miró derechito a la muchacha, segura de que iba a ayudarla a ella en vez de socorrer al sudado trenzudo.

Es decir, hará lo correcto, ¿verdad? (?)

— ¿Es que acaso nadie puede sudar por un poco de actividad física? — Sufrió rápidamente por el golpe del elástico en su piel.

— Ouch. — Miró al ángel entrometido. — Oye, haz algo. [?]