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Las épocas de lluvia por fin llegaron; Longbourn amanecía constantemente con parajes húmedos: charcos por lo ancho y largo de sus calles empedradas; césped brillante por el rocío de la mañana; hojas de árboles que dejaban caer pequeñas y cristalinas gotas por doquier, aunado a un clima frío que empujaba a permanecer en casa, sin embargo, quedarse ahí significaba escuchar toda clase de chismorreo entre los vecinos, o bien, en la propia familia. Ese era el caso de las señoritas Bennet, que día a día se enfrentaban a las exageraciones de una madre sumida en la incongruencia y desesperación por ver a sus hijas casadas, pasando por alto lo atolondradas que eran algunas.
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EB1564625 · 26-30, F
Colocó un abrigo sobre sus hombros y salió sigilosa de la casa. Inhaló la frescura del campo, y, a paso calmo, caminó en dirección al mercado. Distraerse en el centro de la ciudad le vendría bien.
EB1564625 · 26-30, F
El señor Bennet prestaba más atención al sabor del café que a lo que su parlanchina mujer recitaba; sus hijas, por otra parte, tomaban el desayuno con calma, ya habituadas al razonamiento absurdo de su madre, e incluso apoyándole en algunas de sus extrañas ideas matrimoniales. ¿Qué mujer joven y de fresca belleza no quisiera pasar el resto de su vida al lado de un hombre de extraordinaria riqueza? Podrían olvidarse de los quehaceres comunes e intercambiar la escoba por carruajes. Elizabeth, pese a que provocaba altercados verbales (donde no medía el filo de su lengua) con su madre, veía muy lejano el casamiento.
Fue la misma urgencia de no escuchar más a su madre lo que aceleró sus bocados y terminó pronto de desayunar. Se levantó de la mesa, besó la frente de su padre y, a sabiendas de que su madre pediría compasión por sus nervios, se retiró ignorándola.
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Fue la misma urgencia de no escuchar más a su madre lo que aceleró sus bocados y terminó pronto de desayunar. Se levantó de la mesa, besó la frente de su padre y, a sabiendas de que su madre pediría compasión por sus nervios, se retiró ignorándola.
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EB1564625 · 26-30, F
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Las épocas de lluvia por fin llegaron; Longbourn amanecía constantemente con parajes húmedos: charcos por lo ancho y largo de sus calles empedradas; césped brillante por el rocío de la mañana; hojas de árboles que dejaban caer pequeñas y cristalinas gotas por doquier, aunado a un clima frío que empujaba a permanecer en casa, sin embargo, quedarse ahí significaba escuchar toda clase de chismorreo entre los vecinos, o bien, en la propia familia. Ese era el caso de las señoritas Bennet, que día a día se enfrentaban a las exageraciones de una madre sumida en la incongruencia y desesperación por ver a sus hijas casadas, pasando por alto lo atolondradas que eran algunas.
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