Discúlpeme, conde Phantomhive, no quería causarle tales molestias con mi repentina intromisión pero llegó a oídos de mi madre sobre su presencia en nuestro pueblo y deseé venir por mi misma a saludarlo. Miró la falda de su vestido ligeramente enlodada; las botas compartían el mismo estado pero poco le importó a Elizabeth, ya que en el recibidor encontró un tapete para limpiarse el calzado y no dejar sus huellas por el pulcro piso de la mansión.
Me gusta caminar. Junto a mis hermanas y mi madre, recorremos largas distancias para visitar a nuestros vecinos o para ir al mercado. No es la primera vez que camino tan largo trayecto, así que no se preocupe por mí. Atina a decir para suavizar la intranquilidad del joven. Las manos de Lizzy descansaron en su regazo; su sonrisa iba dedicada al menor, sin embargo, sus pensamientos estaban oscilando en un mar de ideas y preguntas que, por respeto, era mejor enjaular.
