Con un gentil toque detuvo el trote de sinequino amigo, no había necesidad de halar las riendas para causarle sufrimiento. Le era suficiente sostener la misma rienda de cuero con su diestra, pues su siniestra ya se ocupaba sosteniendo su arma predilecta: una lanza.Y con un gesto lleno de carisma, se dirigió hacia la dama que tomó desprevenida.
— Lo sé, y lamento haber causado incomodidad en la sorpresa. He notado que estais sola y creí prudente brindar una escolta ante solitario páramo.
Comento con un espíritu animado y servicial al ofrecer dicho acto de caballerosidad.
Aunque no acostumbraba muy seguido explorar las calles inglesas por mero ocio, la ocasión y el retraso de la verdadera razón por la que había llegado hace un tiempo abrieron la posibilidad de tomar un respiro o aligerar el peso de sus responsabilidades así fuese por algunos minutos.
Su caminata era despreocupada a simple vista, pero en realidad estaba muy alerta en su pequeño recorrido. Por ello mismo, su cuerpo se rotó tan pronto escuchó el ruido de los cascos aproximándose a su dirección junto a un ameno saludo que la llevó a alzar aquellos zafiros hacia la carismática figura que galopaba el corcel.
— Buen día. — Respondió neutral tras una sutil reverencia antes de dejar ambas manos reposar al frente. — Me ha tomado por sorpresa su aparición, la calle estaba muy silenciosa, vacía podría decir.
Comentó al tiempo en que se acercaba, y se escuchaban los cascos golpear el empedrado del camino. Montaba a caballo, de semblante animado y gentil, un sujeto de gran altura y fuerza al parecer. Mandaba sus saludos hacia aquella docella que había captado su atención en su patrullaje.
