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J1553980 · 22-25, F
¿Compadre?
 
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J1553980 · 22-25, F
¡Dire, amigo!
—No deja de tenerlo. Cualquier persona tiene derecho a defensa propia ya sea con las manos limpias, o armada.

No iba a ser fácil si escapar era su vía de salida. Negociar con aquellos idiotas de carácter silvestre era tan similar como tratar de negociar con un león hambriento. Pasarse de la raya significaba muerte asegurada. Sacar a paseo la lengua, igual. ¿Qué sería de Mei, de no poder valerse por su labia, ni por su condición física? Había alternativas, de algún modo u otro, las habría. Sólo tenía que buscar.

Ya has hablado con este tío, y de meridiana manera comprendes cómo podría reaccionar ante X cosa. ¿Qué haría él, de estar en tus propios zapatos?

...

¿Acaso no era obvio? Saldría de allí sin importar si eran dos o veinte balas a la espalda como incentivo por su huida kamikaze. En las circunstancias de la rusa, tal no era una agradable opción, si es que si quiera saldría viva de esta.

Pensó, arrugó el entrecejo y centró toda la tensión en un punto para alcanzar la iluminación. Si era lo suficientemente astuta, Mei Minamoto resurgiría como el ángel que era en su momento. Una suicida cuya suerte siempre terminaba salpicándole en el rostro. Y cuán curioso resultaba, pues su alrededor se resumía en el más puro hedor a muerte.

El siseo la despertó de su trance creativo, justo cuando comenzaba a ponerse artística sobre las incontables formas que había adaptado el óbito para ella. Con un sonido de interrogación, sacudió la cabeza y miró a los lados. Los músculos de las manos y los tobillos se habían adormecido durante aquel tiempo, apenas sentía si quiera que poseyera aún extremidades. ¿De qué calaña estaban hechos aquellos matones, si ni si quiera la habían tocado?

—Espera, espera.— Intentó calmar los arrojos del varón para la tarea. Si pensaba que era fácil de convencerla a cometer actos ilegales, lo llevaba claro. —¿Qué te hace pensar que voy a ayudarte? No mato a gente inocente, y ella tampoco.

Con la garganta seca, recapacitó. —Sólo somos un par de extrañas por aquí, no tenemos conocimiento de todo el perímetro. Sólo una porción de radio.

No necesitaba darse la vuelta para sentir más a fondo el peso de la mirada de Selma; tenía los ojos abiertos, como cuando encontraba un hallazgo que gritaba por billetes. Sí, quizá... quizá salieran de esta.

Pero sus manos no se mancharían de sangre inocente.
No me interesa lo que tengas, pensó en la desidia por la conversación que veía aproximarse por momentos. Dejó escapar un suspiro, lo suficientemente sonoro para que él se percatase de sus nulas ganas de tratar con el mercenario. —Haz lo que quieras, mientras no te metas en mi camino.
—Charlar se convierte en algo horrible si tú estás en medio.— contestó con aire cortante. —Y no me llames gatita.— Apretó los puños en un acto reflejo, las arrugas en el entrecejo comenzaban a asomarse.