Así que tu capitán sabía donde estabas... —Hubo una tensión tan grande en su quijada que pudo sentir cómo sus muelas rechinaban entre sí, necesitó un segundo, tomar aire y aparentar que no tenía ganas de ir a molerle la cara a golpes a ese sujeto. Estaba completamente seguro de que él tuvo algo que ver.

Sin embargo, todo mal humor se esfumó apenas aquella voz aún lenta y cansada, le pidió quedarse. Esa sonrisa más dulce y comprensible adornó sus labios.— Todo el tiempo que quieras, bonita. —Tomó lugar junto a ella, sentándose a la altura de su rostro, para acariciar sus cabellos y sostener la cerveza por ella.— Descansa, estás segura aquí, lo peor ya pasó. —Quería brindarle consuelo y arrullarla, lo mejor que podría hacer ahora era dormir.—