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—Al detenerse sus cabellos húmedos revoloteaban hasta enredarse entre sí; dorados y negros; sol y luna; día y noche. Sus labios se fundieron en otro juramento de amor eterno, en algo que les evocaría los recuerdos de aquellas noches en las que fueron uno solo, buscando con todo su espíritu concebir un ser perfecto, producto de la unión de la sangre de los mismísimos Dioses.— Estás en mi corazón, sin importar el tiempo que pase. Eres mío y yo soy tuya. —Murmuraba entre besos cortos y otros más prolongados, preguntándome si a kilómetros por debajo de ellos, los demás humanos presenciarían con temor o alegría losbtruenos que acompañaban a la espesa lluvia.— Iremos cuando estés listo.
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