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— Ares, el Dios de la Guerra, se ha manifestado y expandido su maldad en el mundo de los hombres —dejó caer su escudo al piso. La Amazona jadeaba después de haber limpiado el campo de batalla. No le enorgullecía quitar vidas, pedía siempre por cada alma cuyos ojos cerraba; sólo eran víctimas de él.

— Qué lástima que se deban perder tantas vidas inocentes por la maldad y la ambición de los dioses. Me duele el corazón —murmuró en voz baja, extendiendo las palmas frente a sus propios ojos. Sangre, lágrimas y tierra—. Preséntate, guerrero.
 
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