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NierDAley1572025 · M

Nier optaría por una postura más solemne y dedicada, centrando su mirada en el lenguaje corporal de la joven monarca, ocultando fielmente su sorpresa ante la negativa de su “inofensiva” petición. —Su majestad. Murmuró con hidalguía y humildad. —Si me permitáis explicar el motivo de mi menester con vuestras adorables flores, tal vez pueda hacer que usted considere mi humilde petición. Nier levantó su mirar, manteniendo un porte erguido y educado, extendiendo sus manos, emulando un parafraseo. —Las orquídeas de fuego me servirán para adentrarme en el abismo congelado, su calor infinito es excelente para menguar el frio abrazador, su origen mágico es esencial para mi peligrosa misión, por lo que os imploro recapacitar en vuestra decisión. Culminó con voz firme, cual susurro, buscando generar en la mujer la convicción de su decisión.

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Observó con agrado la parafernalia hasta su final. Nier de la casa Aley había conseguido generar una buena primera impresión en la regente; cosa sumamente extraña pues Chordeva era exquisita en cuanto a la etiqueta se refería y, por sus años de experiencia, difícil de impresionar en la misma.

—Conozco las orquídeas de las que hablas —se llevó la mano al mentón, recargando este en el costado de su dedo anular para poder darse golpes suaves con el índice en la mejilla. Aquellos ejemplares eran exquisitos a la vista y sumamente raros merced a su aparición cuasi fugaz debido a su poco tiempo de vida—. Debo preguntar, ¿cuál es la razón de tu interés en ellas? Si buscas utilizarlas con fines mágicos me temo que tendré que negarme.

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—Chordeva sama. Murmuró sin atreverse a observarle, apreciando el gesto de su estirpe, atrapando sus delicados dedos entre su palma, posando imperceptiblemente sus labios sobre el dorso de su mano cual fugaz momento, levantándose en un acto seguido, describiendo un gesto de tranquilidad y amable cortesía, honrando su nombre con respeto y sutil admiración. —Busco orquídeas de fuego, pequeñas flamas que subsisten en vuestras tierras, florecen con incandescencia, cerca de los mares de lava. Nier asintió, mientras habría su palma hasta mostrar una pequeña roca de carbón. —Estas son sus semillas, permítame ir al encuentro de ellas, su majestad.

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—Nier... —repitió su nombre con cierta lentitud al entonar el sonido de cada letra, pues este le parecía vagamente conocido y ella no solía ser olvidadiza. Tras unos segundos en completo silencio -mismos que aprovechó para observarlo con detenimiento- se dio por vencida y arrugó la nariz a modo de descontento; aborrecía quedarse con la duda—. Estás ante la Duquesa del octavo círculo del infierno: Malebolge. Llámame Chordeva —extendió su mano hacia él en aras de que cumpliera con el protocolo de etiqueta por completo; admiraba los modales, pocas personas seguían teniéndolos—. Dime, Nier de la casa de Aley, ¿qué buscas en mis dominios?

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—Soy una entelequia, una entidad que existe sin motivo alguno, una criatura que divaga y yace perdido en vuestros dominios. El Invocador se acercó hacia la dama infernal y se arrodilló mostrando su respeto, el nivel de su jerarquía era desconocida, por lo que optaría por resolver su primer encuentro de la forma más amable posible. —Me llamo Nier, Nier de la casa de Aley. El Invocador levantó su mirar, tendría una expresión franca, de mirada solemne y bellos bermejos ambarinos por ojos. —¿Cómo podría dirigirme hacia usted?

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—Solamente pocos somos los privilegiados con dichos genes —su olfato percibió cierto aroma conocido. Él emanaba un poco de la escencia infernal de cualquier demonio—. ¿Quién eres?

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Es la primera vez que percibo entidades demoniacas con vuestras hebras.

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—¿Hm?, ¿jamás había visto a una duquesa infernal con cabellos albinos?

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¿Cabellos blancos?