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Dev1558146 · F
él era uno de los que aprobaba aquella tradición.
— Está usted lista, My Lady. — Murmuró en voz baja la sirvienta mientras se sacudía las manos como si hubiera terminado de hornear una obra maestra. Sus ojos azules brillaron de tal manera que, al voltear a verla, Chordeva pudo adivinar que no eran más que atisbos de lágrimas contenidas; aunque no logró divisar si estas se debían al orgullo que la mujer sentía o a la tristeza que le causaba la situación de su señora. La albina había adoptado su apariencia demoníaca para la ocasión, perdiendo temporalmente la melena rosácea que tanto la caracterizaba, y sin decir palabra alguna bajó del banco de madera en el que había permanecido durante todo ese rato para, a continuación, dirigirse a la puerta que conectaba el vestidor con el pasillo rumbo a las escaleras.
— Está usted lista, My Lady. — Murmuró en voz baja la sirvienta mientras se sacudía las manos como si hubiera terminado de hornear una obra maestra. Sus ojos azules brillaron de tal manera que, al voltear a verla, Chordeva pudo adivinar que no eran más que atisbos de lágrimas contenidas; aunque no logró divisar si estas se debían al orgullo que la mujer sentía o a la tristeza que le causaba la situación de su señora. La albina había adoptado su apariencia demoníaca para la ocasión, perdiendo temporalmente la melena rosácea que tanto la caracterizaba, y sin decir palabra alguna bajó del banco de madera en el que había permanecido durante todo ese rato para, a continuación, dirigirse a la puerta que conectaba el vestidor con el pasillo rumbo a las escaleras.
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