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Dev1558146 · F
Lo primero en lo que se percató al empujar la puerta de caoba fue en la ornamenta de Lycoris radiata (flor del infierno) que se extendía por el suelo del pasillo - resaltada debido al tono en la madera del mismo -, marcando el camino que debía seguir hasta donde ya la esparaban para comenzar la coronación. Lo segundo fue el olor a almáciga que provenía de la planta baja y que servía para aumentar el poder psíquico de todo aquel que aspirara su fragancia. Tomó un minuto para relajar sus hombros y prepararse para ser ella de nuevo - la que había sido antes de Flauros, la que había cambiado tras su partida - y después de aquello comenzó a andar descalza sobre el suelo, acortando la distancia entre ella y ese destino que en antaño soñaba con alcanzar.
Flashback.
La figura adolescente de una demonio albina se movía entre las sombras de un hogar roto. En el piso inferior se apreciaba el estruendo que una de las tantas fiestas de su cuidador hacía y que obligaba a la chica a mantener la
Flashback.
La figura adolescente de una demonio albina se movía entre las sombras de un hogar roto. En el piso inferior se apreciaba el estruendo que una de las tantas fiestas de su cuidador hacía y que obligaba a la chica a mantener la
Dev1558146 · F
él era uno de los que aprobaba aquella tradición.
— Está usted lista, My Lady. — Murmuró en voz baja la sirvienta mientras se sacudía las manos como si hubiera terminado de hornear una obra maestra. Sus ojos azules brillaron de tal manera que, al voltear a verla, Chordeva pudo adivinar que no eran más que atisbos de lágrimas contenidas; aunque no logró divisar si estas se debían al orgullo que la mujer sentía o a la tristeza que le causaba la situación de su señora. La albina había adoptado su apariencia demoníaca para la ocasión, perdiendo temporalmente la melena rosácea que tanto la caracterizaba, y sin decir palabra alguna bajó del banco de madera en el que había permanecido durante todo ese rato para, a continuación, dirigirse a la puerta que conectaba el vestidor con el pasillo rumbo a las escaleras.
— Está usted lista, My Lady. — Murmuró en voz baja la sirvienta mientras se sacudía las manos como si hubiera terminado de hornear una obra maestra. Sus ojos azules brillaron de tal manera que, al voltear a verla, Chordeva pudo adivinar que no eran más que atisbos de lágrimas contenidas; aunque no logró divisar si estas se debían al orgullo que la mujer sentía o a la tristeza que le causaba la situación de su señora. La albina había adoptado su apariencia demoníaca para la ocasión, perdiendo temporalmente la melena rosácea que tanto la caracterizaba, y sin decir palabra alguna bajó del banco de madera en el que había permanecido durante todo ese rato para, a continuación, dirigirse a la puerta que conectaba el vestidor con el pasillo rumbo a las escaleras.
Dev1558146 · F
— Es demasiado que se sigan esas formalidades tomando en cuenta los sucesos recientes. — Espetó una se las sirvientas de Chordeva mientras le ayudaba a la futura reina con su vestimenta para ese día. — Usted no tiene nada que demostrar, My Lady, se ha ganado el puesto a pulso y debería serle conferido por el simple hecho de haber sido esposa de mi señor Flauros por tanto tiempo.
Aunque eran palabras amables para con Deva, ella sabía lo estrictos que eran los Lores y lo imposible que resultaría que cualquiera abogara por la atrocidad que querían obligarla a cometer. Eran demonios, después de todo, ¿cómo pretendía ella que entendieran que su otra mitad era ese ser al que obligaban a lacerar? No había modo, definitivamente; así que, mientras se miraba en el espejo - altiva, hermosa, como ella misma era - sus pensamientos iban hasta el día fatídico en el que le anunciaron que su esposo había fallecido y rogaba mentalmente que la perdonara por lo que iba a hacer aunque supiera bien que
Aunque eran palabras amables para con Deva, ella sabía lo estrictos que eran los Lores y lo imposible que resultaría que cualquiera abogara por la atrocidad que querían obligarla a cometer. Eran demonios, después de todo, ¿cómo pretendía ella que entendieran que su otra mitad era ese ser al que obligaban a lacerar? No había modo, definitivamente; así que, mientras se miraba en el espejo - altiva, hermosa, como ella misma era - sus pensamientos iban hasta el día fatídico en el que le anunciaron que su esposo había fallecido y rogaba mentalmente que la perdonara por lo que iba a hacer aunque supiera bien que
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