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Fl1558148 · M
De todas las cosas que Chordeva pudo haber dicho, esa última frase resultó la única capaz de zaherirlo; pues, muy en el fondo de su ser, algo clamaba por el desengaño, convencido de que había más detrás de la clara y artera imagen que le había dado la bienvenida tras su retorno. Pero no era así, y sus ojos no le habían mentido: él, Flauros, quien se creyó el gran y único amor de aquella mujer, no era más que un estorbo, un objeto de odio, sustituido en sus afectos por algún advenedizo que había tomado su lugar - quizá desde antes de su muerte, si la voz insidiosa en su mente tenía razón. Aún así, se las arregló para que solo el leve rictus de sus labios pálidos demostrara aquel dolor certero y agudo, que solo sirvió para agrietar todavía más su destrozado ser.
Odio, entonces. Me alegra que lo hayas aclarado; así no dudaré cuando llegue el momento de cumplir lo que me pides. Aquel que avisa, no es traidor.
Odio, entonces. Me alegra que lo hayas aclarado; así no dudaré cuando llegue el momento de cumplir lo que me pides. Aquel que avisa, no es traidor.
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