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Sus pulmones quemaban, era algo incómodo respirar. Sus músculos estaban dolorosamente tensos en una postura hostil, apuntando hacia la yugular de Arleccino con su confiable Aquila Favonia, rozando ese punto crucial pero sin dejar que la espada se clavase. Uno de sus ojos ardía por la sangre y la adrenalina la tenía en alerta, sin apartar la vista de la Fatui por más ardor que sintiese.

Su contrincante pese a estar en una situación desfavorable, mantenía una sonrisa cínica, burlona incluso, provocándole.
 
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Su día a día consistía en asegurarse que la ciudad de la libertad estuviera en paz, usualmente cumpliendo con las peticiones de su gente o leyendo y clasificando los reportes de los Caballeros de Favonius. Ésto era una diferencia abismal, pero ella había jurado fielmente brindar protección a Mondstadt y había llegado el momento de poner a prueba sus propias palabras. ¿Realmente ella sería capaz de matar a Arleccino por la protección y bienestar de Mond? En su mente se repetía lo dicho por aquella mujer. "Oh, por favor Gran Maestra. Ambas sabemos que no eres capaz."

Sentía su garganta cerrarse por la gravedad de la decisión que estaba a punto de tomar, sus nudillos estaban tan marcados por la fuerza con la que sostenía su espada. Aunque su mente fuera un torbellino indeciso, buscando con urgencia la solución, no podía permitirse el demostrarse débil frente al enemigo. Así como a la heraldo, a ella también podía costarle la vida un descuido.
 
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