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Sus pulmones quemaban, era algo incómodo respirar. Sus músculos estaban dolorosamente tensos en una postura hostil, apuntando hacia la yugular de Arleccino con su confiable Aquila Favonia, rozando ese punto crucial pero sin dejar que la espada se clavase. Uno de sus ojos ardía por la sangre y la adrenalina la tenía en alerta, sin apartar la vista de la Fatui por más ardor que sintiese.

Su contrincante pese a estar en una situación desfavorable, mantenía una sonrisa cínica, burlona incluso, provocándole.
 
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Río sin humor alguno para luego decir con tono frío. —Probablemente para tí presentaría un beneficio morir. Fácilmente contigo fuera de ésto sería imposible que los Caballeros de Favonius obtengamos más información ¿Cierto?— Aplicó un poco más de fuerza con su espada contra su cuello, pero no la suficiente para herirla de gravedad y seguir profundizando el corte que ya le había hecho. —Eres buena con tus palabras Fatui.— Comentó con desdén. —Pero yo ésta vez estoy un paso adelante en éste juego tuyo.—

Finalmente con su mano libre asestó un golpe firme en la nuca de la peliblanca, haciéndola perder la consciencia. Rápidamente dejó caer su espada y la sostuvo para evitar que se fuera de frente contra Aquila Favonia. Colocó a la heraldo desmayada en el suelo, suspirando temblorosamente por lo que acababa de suceder. Si bien había llegado a una solución donde no había sido necesario matarla, en el futuro próximo podría llegar el momento de tomar una decisión de una vez por todas.
Presionaba sus labios en una fina línea. Los refuerzos sabía que estaban en camino, pero al estar todos encargándose también de sus propias batallas o atendiendo heridos, no tenía un estimado seguro de en cuanto llegarían a donde ella se encontraba. Pese a que todos podrían inmovilizar a la Fatui en cuanto llegaran, la otra posibilidad era que si no acababa con ella ahora mismo, resultaría en un escape seguro y ella no podía permitirse esos lujos.

El tiempo iba en contra y ya no podía prolongar más ésto. Suspiró con pesadez, tomando una decisión finalmente. Con un ágil movimiento, no separó la punta de su espada de Arleccino, colocó ésta de forma horizontal aún contra su cuello, impidiendo un posible escape. Con rapidez se colocó detrás de ésta atrapandola entre su espada y su pecho. Por el movimiento fugaz alcanzó a hacer un fino corte en el cuello de ésta, pero no lo suficiente para que se desangre y muera.
Su día a día consistía en asegurarse que la ciudad de la libertad estuviera en paz, usualmente cumpliendo con las peticiones de su gente o leyendo y clasificando los reportes de los Caballeros de Favonius. Ésto era una diferencia abismal, pero ella había jurado fielmente brindar protección a Mondstadt y había llegado el momento de poner a prueba sus propias palabras. ¿Realmente ella sería capaz de matar a Arleccino por la protección y bienestar de Mond? En su mente se repetía lo dicho por aquella mujer. "Oh, por favor Gran Maestra. Ambas sabemos que no eres capaz."

Sentía su garganta cerrarse por la gravedad de la decisión que estaba a punto de tomar, sus nudillos estaban tan marcados por la fuerza con la que sostenía su espada. Aunque su mente fuera un torbellino indeciso, buscando con urgencia la solución, no podía permitirse el demostrarse débil frente al enemigo. Así como a la heraldo, a ella también podía costarle la vida un descuido.
Por más templanza que le gustaría mantener en aquella batalla, la peliblanca le hacía hervir la sangre, la hacía sentir demasiado molesta. Y no solamente por aquella sonrisa altanera, no, eso era algo absurdo como para hacerla caer en sus provocaciones. Lo que la hacía rabiar eran sus venenosas palabras. Repudiaba que eso en serio tuviera peso para ella.

Las guerras siempre tenían un costo, se quiera reconocer o no, ese sombrío precio eran las vidas de sus participantes, eso ella lo sabía muy bien. Es solo que en su cargo de Gran Maestra, no se había visto orillada a en verdad atentar con la vida de otra persona para mantener el orden. Si bien había participado con anterioridad en algunas batallas, o inclusive en enfrentamientos con la orden del abismo, ninguna requerían de un resultado como ese.

El maestro Varka no la había preparado para éste momento. Aunque pensándolo fríamente, quién lo estaría, cómo prepararía alguien a una persona para arrebatar la vida de otra.

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