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—Tengo algo para ti.

Una voz, nítda, vacía, ronca pero ajena al lugar, danzó tal cual luna llena sobre ese vacío hostal. ¿Tenía compañía, o acaso amaba hablar con las sombras? No lo sabría un espía, tampoco él mismo, pues la rutina, recaía en hablar solo, y después, enterarse de que el trabajo estaba hecho. El velo en suciedad se desvanecía en los enormes arcos, y la única mesa disponible, tentaba los dedos de Dickens, el hombre que solitario, depositó una carta en ella. ¿Qué sucedía allí? Fue la pregunta del leuteniant Satchel, el hombre, que hace semanas, perseguía al noble banquero.
 
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G1575593 · F
La chica mantuvo la mirada fija en aquel papel, lo colocó sobre la mesa de forma horizontal y se quedó callada por breves instantes. Pudo distinguir perfectamente la caligrafía de aquellos garabatos, al parecer, de una organización de brujos lacayos cuáles perros falderos de la iglesia, pensó. — ¿Dice usted que esta buscando eso? — Siguió contemplando el papel. Ahora entendía como la escoria católica había obtenido el vial. Descaradamente, dejó la charola contra la mesa y tomó el letrero en sus manos, para dicha época, que alguien supiera interpretar textos, era de privilegiados y por desgracia, las mujeres no lo eran, la iglesia quería mantener al pueblo ignorante. Mientras menos sepan, mejor es el dominio masivo. — Si supiera leer o escribir, estaría trabajando en algo mucho mejor pagado que estar atendiendo y lidiando con borrachos todo el día, a duras penas sé contar las monedas para regresar el cambio justo. —
 
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