Una querida Dragona le prestó una suerte misteriosa e inesperada: creyó que en toda su vida no volvería a cargar un huevo de Dragón. Ahora volvía a sentir la superficie escamosa de uno. Despedía brillos plateados con la luz de las velas, y su interior se percibía cálido.
La vida dentro le decía que sería un Dragón magnífico.