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RhaenyraTargaryen · 18-21, F
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Rhaenyra mantenía su mirada fija y expectante en la ajena. Siempre atenta, siempre ansiosa, sus caderas empezó a contonear, como el gato que advierte estar a punto de saltar hacia su presa. Estaba siendo demasiado atrevida, quería saber si todos los "coqueteos" de Daemon a partir de cierta edad eran cosa seria y no producto de su gran imaginación. La princesa siempre fue intuitiva, sagaz, no se le iba ninguna y esperaba que ambos estuvieran en sintonía. Por la forma en que los dedos del mayor se afirmaron a la tela de su vestido anticipó su respuesta, así que sin más se relamió los labios cínicamente.
RhaenyraTargaryen · 18-21, F
A mi padre no le va a parecer, pensará que sigues detrás de la corona —susurró, tomándose unos instantes para exhalar en un prolongado suspiro en lo que sus brazos delgados se ceñían al cuerpo larguirucho del príncipe. Después dejó salir una risilla un tanto socarrona—. Que se joda —sintió la confianza para hablar así de su propio padre en presencia de Daemon; quizá el único que había osado con insultarlo y salir ileso de eso. Despegó el rostro del pecho ajeno y se mordió el labio inferior, alzando el rostro hacia el de él—. Basta de juegos —asintió con firmeza, conteniéndose de sonreír—. Te he traído hasta aquí, porque hace años te quedaste con algo mío y espero que me lo devuelvas. Así que estamos aquí para que te pague el rescate —¿Daemon recordaría? ¿Sabía de qué hablaba y de lo que le había pedido a cambio en ese entonces?
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RhaenyraTargaryen · 18-21, F
¿Quién la había aconsejado...? La pregunta bailoteó en su cabeza durante unos instantes. Si no se le venía nadie en especial a la cabeza más allá del mismísimo Rey Viserys... ¿pero quién podía ser más afortunado que aquél con la bendición y la sabiduría del Rey? En cambio pensó en Aegon, hasta en Aemond; Viserys jamás les prestaba tanta atención como a ella. Y aún así sentía que le habían arrebatado a su padre: la vida se lo quitó el día que perdió a su madre, después lo alejó más al casarse con Alicent, y Aegon sólo llegó a recordarle que nunca volvería a sentirse plena. Su única satisfacción podía dársela su herencia, Sí, eso pensó hasta que su tío la atrajo hacia él.

Si pensaba que que montar a Syrax era su lugar seguro, quizá lo único comparable eran los brazos de su tío. El corazón le empezó a latir de forma alarmante; temía que sobrepasara la fuerza del mar.

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— La primera: Alicent tiene un consejero de primera, más ansioso conforme ella le da hijos a mi hermano. ¿Quién te ha aconsejado a ti? — Dejó esa pregunta al aire. La tomó por la cintura, después atrajo su pequeño cuerpo para cubrirlo bajo su propia sombra.

— Mi segunda certeza es que seré yo quien lo haga, y para ello comenzaremos dejando los juegos. — Sí, moría por dejar la eterna etapa de coqueteo. Sus dedos se cerraron en torno a la tela de su vestido, repudiando cómo se interponía entre ellos.
Afortunadamente Caraxes le sacó de un pequeño bucle de sentimentalismo en el que comenzaba a caer, al hundirse en un análisis sobre cómo desearía estar con ella. El mayor rió, después se llevó la diestra a los ojos para limpiar algo de polvo de las orillas.

Pero sabía que no podría escapar toda la vida de ella. Conforme pasaba el tiempo la princesa se volvía más perspicaz; lo acorralaria tarde o temprano como en ese instante. Cayó en cuenta de una realidad que era necesario admitir: ya no había inocencia qué proteger. Ella había madurado bajo el peso de las responsabilidades que eventualmente caerían en ella, y no había tiempo qué perder. Necesitaba prepararla para lo que venía, pues si algo era seguro era que iba a tomar partido por ella, toda la vida.

— No, Rhaenyra, no hay forma de que permita que me echen de nuevo. No hay tiempo qué perder, pues estoy seguro de dos cosas. — ...
RhaenyraTargaryen · 18-21, F
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El rugido de Caraxes la ensordeció por unos segundos; Syrax le había mordido la cola, y ahora ambos dragones habían aterrizado a algunos metros de sus jinetes. Fue impresionante la cantidad de polvo que levantaron mientras se revolcaban entre ellos, tanto como para hacer a la princesa toser.

Sé que este es uno más de tus juegos —se aventuró a afirmar sólo para estudiar las reacciones del mayor, en lo que las yemas de sus índices masajeaban en círculos sus pisiformes—. Sé que no te importa despertar la ira de mi padre, porque no te va a matar. Para ti es como un premio el ser exiliado, porque te vas a donde quieres, te refugias en el fuego y la sangre, vives bajo tu propia ley. Pasarán unos años y podrás volver con la cabeza en alto, ¿pero qué pasa conmigo? Y no hablo de mi herencia, sino de mis expectativas.
RhaenyraTargaryen · 18-21, F
Sus cabellos plateados se enredaban entre sus pestañas al revolotear con el gélido viento nocturno. Apenas sentía los músculos de su rostro y Daemon podría sentir con sus pulgares la humedad que bañó el rostro de la princesa con la brisa marina.

Un brusco aleteo la sacó de su ensimismamiento luego de quedarse pegada mirándole. Se vio su labio inferior temblar, pues su primer respuesta era algo. Con eso tenía para sentir un revoloteo en el estómago, por lo que su siguiente murmullo la dejó sin palabras. Parecía resistirse a parpadear, a respirar siquiera. Su boca se mantuvo entreabierta y el vahó salió de sus labios junto con sus siguientes palabras—: ¿Debería creerte, Daemon?

Aquél no fue un intento por competir con el orgullo del mayor. Sus manitas se deslizaron hacia las muñecas del príncipe.

(...)
Pómulos. Miró en sus ojos lo más profundo que pudo, se hundió en su color idéntico al propio y deseó que pudiese leer sus pensamientos y desenredar todo lo que sentía, que claramente no tenía el valor de expresar. Nunca había sido un poeta, de hecho cada cosa que salía de su boca era cínica, irónica y algunas veces hasta ofensiva. No sabía hilar palabras de amor; su vocabulario era el de la guerra.

— Siempre. — Terminó por admitir en un murmullo. No se sintió cómodo con la primera respuesta, y ese fue un intento por corregirla.
Quería darle una respuesta sincera, admitir que desde el inicio del día hasta el final su rostro regresaba consecutivamente a su mente. Que tenía miedo cada que nacía una nueva amenaza del vientre de Alicent, que no cabía duda que en algún momento las espadas podrían desenvainarse contra Rhaenyra, y eso lo volvía loco.

Su preocupación hizo que en secreto pidiera su mano a Viserys, sólo para ser rechazado. Nunca admitió su deseo de formalizar, ¿Sabría ella qué tan en serio él realmente iba?

Todos esos pensamientos pusieron sus ojos en un estado ausente, pero volvió a mirarla con enfoque momentos después. Él pensaba con una perspectiva de mundo adulto que ella aún no merecía, y si no la tenía en matrimonio entonces tenía que dejarla ir; no podía ofrecerle menos.

— A veces. — Dijo. Era una respuesta opuesta a la de su mente, más corta y en cierto modo tonta. No obstante, sus manos fueron a parar a las mejillas marcadas de Rhaenyra, después usó los pulgares para acariciarle los.
RhaenyraTargaryen · 18-21, F
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El gélido y marino viento nocturno hacía revolotear los cabellos plateados de los Targaryen. No podía ignorar el escozor que la mirada del mayor le producía, mientras esta hacía por enfocarse en el vuelo de sus dragones, que seguían provocándose con su fuego, mordisqueos y juguetonas embestidas.

Rhaenyra se giró hacia Daemon y aflojó el agarre de sus manos.

¿Pensaste en mí? —deseó saber. Era una pregunta que le inquietaba mucho durante esos años sin verlo, enterándose cada tanto de las hazañas del aguerrido príncipe. Inhaló profundamente y le miró con paciencia infinita, tratando de ocultar cuanta ansiedad pudiera sentir.

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