El elfo agotado se sentó en el barro, riendo nervioso, completamente empapado, volteando a ver al Paladin que había hecho segunda para distraer a la bestia.

―No esperaba menos de alguien como usted. ha-hah...hah...―

Agregó cansando, friolento, sin poder levantarse, lo suyo no eran los combates con varios dias sin dormir bien.

Cuando ambos salieron, como una muestra casi divina, la lluvia llegó con peculiar fuerza, creando vapor al caer en el cuerpo del oso.
Aquello no era una pelea de fuerza, era una pelea de resistencia.
Eventualmente la lluvia enfriaría la rabia del oso y con ello volvería al bosque.

Por lo que el elfo, haciendo uso de sus curiosidades, llamaba la atención del oso en diferentes puntos, con humo, ilusiones, ruidos y demás.
Su capa estaba empapada, su ropa pesaba y empezaba a dudar si en verdad valía la pena utilizar sus cosas para aquella causa, sin embargo al voltear a ver a los pobres aldeanos con terror en su rostro, lo sabía, si debía valer algo.

Lentamente el oso se volvió por completo de roca, tranquilo y manso, con la cabeza baja, la lluvia lo había enfriado y ahora volvía al bosque a paso apresurado.

La ciudad había sido cerrada, un temible oso había aparecido a las afueras de la ciudad y como medida de protección, las puertas fueron cerradas, los puentes levantados y los arqueros listos por si la bestia se acercaba más. Uno parecía sencillo, pero debido a su tamaño y a las cualidades mágicas de la bestia, se notaba que había sido acto de un brujo o tal vez un chamán en rencor.

El enemigo no era común, se trataba de un oso que en lugar de pelaje, su cuerpo estaba conformado por placas de rocas y en su interior de lava, la cual goteaba al suelo quemando el césped.
Todos los que se habían quedado afuera gritaban y huían con miedo de aquel ser, buscando refugio entre los carruajes y sus carretas.

Pero entre las personas que deseaban ingresar a la ciudad se encontraban dos en especial que podían ayudar a la gente, un Paladín y un....Pícaro...