Entendió satisfecha que su existencia era el cúlmen del odio. La mujer vengativa y luchadora que con una vagina se acorazaba de un arma. Que por una violación sacaba adelante a una criatura con un único motivo constante y poderoso: el amor. ¿Cómo callar su lenguaraz y agresiva boca?

Diluc como muchos y la gran mayoría de hombres se acostaba con innumerables mujeres y luego dormía en sábanas de satín lavadas y purificadas con el esfuerzo y el amor de una esposa oprimida por el miedo. El acto sexual que él consumaba era pagado por monedas a cambio. Todo estaba ajustado a la conveniencia del macho. No había punto intermedio a la hora de juzgarla. El la sentenciaba y se escandalizaba del mundo real y de sus mentiras.

Lo que él pensaba y planeaba como un sitio “perfecto” seguramente debía ser la homosexualidad. No cabía en su juicio un mundo tan extravagante sin un ápice de ira que estalle el mal genio de una mujer despechada por la traición.

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