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Si bien Diluc era conocido en Mondstadt por no permanecer demasiado en un mismo lugar, no podían negar que era un hombre bastante responsable. Y es que, a pesar de sus viajes constantes, solía pasar ocasionalmente, e inclusive atender a los clientes personalmente en su taberna Obsequio del Ángel. Justamente hoy, era una de esas raras ocasiones. Tenía que conversar con Charles, su empleado de confianza, sobre lo que hacia falta en el local; entre insumos y mantenimiento...
 
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Pero no, en esta ocasión había preferido quedarse ahí, delante de él, hostigándolo con preguntas que incluso a él no le interesaban del todo. Se irguió en el banquito, levantó los brazos sobre su cabeza para estirar el cuerpo y echó un vistazo, discreto, hacia la puerta como si esperase que en algún momento Rosaria entrara para darle una compañía amena.

Maestro, sírveme otra copa y cuéntame de tu viaje. Seguramente viste muchas cosas interesantes, ¿no? —Inquirió. Apoyó entonces el codo izquierdo sobre la barra de madera y reposó su propio mentón sobre la palma abierta. Así podía no sólo escucharlo sino que también mirarlo mejor.— Se te echó mucho de menos. Varios de tus clientes habituales extrañaban tu presencia y tu buen servicio. No vuelvas a dejarlos sin avisar primero.
 
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