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Si bien Diluc era conocido en Mondstadt por no permanecer demasiado en un mismo lugar, no podían negar que era un hombre bastante responsable. Y es que, a pesar de sus viajes constantes, solía pasar ocasionalmente, e inclusive atender a los clientes personalmente en su taberna Obsequio del Ángel. Justamente hoy, era una de esas raras ocasiones. Tenía que conversar con Charles, su empleado de confianza, sobre lo que hacia falta en el local; entre insumos y mantenimiento...
 
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Pero no, en esta ocasión había preferido quedarse ahí, delante de él, hostigándolo con preguntas que incluso a él no le interesaban del todo. Se irguió en el banquito, levantó los brazos sobre su cabeza para estirar el cuerpo y echó un vistazo, discreto, hacia la puerta como si esperase que en algún momento Rosaria entrara para darle una compañía amena.

Maestro, sírveme otra copa y cuéntame de tu viaje. Seguramente viste muchas cosas interesantes, ¿no? —Inquirió. Apoyó entonces el codo izquierdo sobre la barra de madera y reposó su propio mentón sobre la palma abierta. Así podía no sólo escucharlo sino que también mirarlo mejor.— Se te echó mucho de menos. Varios de tus clientes habituales extrañaban tu presencia y tu buen servicio. No vuelvas a dejarlos sin avisar primero.
[...] esas viejas partidas de ajedrez que solían tener en la sala de juntas de Ordo Favonius tras un entrenamiento o en su tiempo libre. Un recuerdo dulce, pero que solo quedaba como eso.— Ah, no, no. Mis informantes están bien, pero a veces es más divertido hacerlo por ti mismo, ¿no lo crees? —Inquirió. Su mirada inquisitiva se dirigió de nueva cuenta a Diluc, no con intención de retarlo al mover una pieza más sobre el tablero, era simplemente su curiosidad que lo obligaba a alimentarse y descifrar cualquier cambio de gesto en él.

Finalmente, suspiró y negó más de una vez cuando le pareció tan divertida la seriedad que a veces podían tener en sus conversaciones o él mismo en sus gestos, como en ese momento. Y aunque le fascinaba encontrarse siempre con Diluc detrás de la barra, le privaba de esos momentos importantes donde podía acercarse a la mesa de cualquier borracho interesante para sacarle hasta la última gota de información sobre algún caso.
[...] capitán de Caballería en que se había convertido Diluc, o su propia habilidad con la espada o el hecho de que ambos se defendían, con unas y dientes, como si el vínculo que los uniera fuese realmente sanguíneo y no sólo por una palabra. Kaeya suspiró con desidia y desánimo, pues la copa estaba ya casi vacía con ese último sorbo; su atención se centró en el canto de la copa y, para disimular la amargura de sus pensamientos, solo comenzó a reírse por las brillantes bromas que Diluc era capaz de hacer. Demasiado perspicaz, pero sobre todo molesto.

Los viajeros suelen conocer muchas historias y chismes de las ciudades vecinas por donde transitan. Pensé que quizás algo interesante habías escuchado. Después de todo, no soy el único que tiene oídos por toda la ciudad. —Allí dirigió su atención al pelirrojo, en sus labios volvió a mostrarse una sonrisa tan animada como divertida, casi tanto como la que solía mostrar durante [...]
Era un noche habitual, sin duda, tan bulliciosa como siempre y con Diluc teniendo esa personalidad tan arisca y huraña que podía asustar a cualquiera. Pero no a él, y tampoco es que se sintiera mal por ese trato, por el contrario tenía más motivos para seguir acudiendo cada vez que podía. Quizá, de alguna forma mágica que solo los Arcontes podían lograr, los lazos de antaño tendrían la posibilidad de arreglarse solo con presentarse uno delante del otro y charlar de trivialidades. Vaya idea tan estúpida que tenía.

A todos les pasa alguna vez. Ahora o antes, pero no puedes culparlos, necesitan algo en lo que entretenerse cuando todo está tan tranquilo.

Dio un sorbo largo a la copa, como si quisiera olvidar esos recuerdos que se atrevían a mostrarse en su mente. Era lo mejor del alcohol, además de su perfecto sabor, porque así podía olvidarse los susurros de sus jóvenes compañeros de armas, cuando se cuestionaban el liderazgo del joven e inexperto [...]
D1578864 · M
(...) —¿Y cómo voy a saber yo algo si ni siquiera estuve en la ciudad? Pero si quieres mañana le pregunto, vamos a desayunar juntos. —
Contesto con sarcasmo, debido a la obviedad de la conversación. Vaya, hasta consideraba la pregunta una ridiculez y obvia la intención de jugarle una broma por parte del contrario.
—¿O acaso tus redes de informantes andan perdidas que vienes a preguntarle al simple dueño del viñedo? Allá jamás pasa nada. —
Apoyó entonces sus manos contra la barra, permaneciendo frente a frente a frente, observándolo, casi inexpresivo, excepto por su ceja enarcada.
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(...) —Lo que digan o no de mi la gente en Mondstad no me interesa. Y no lo digo a mal, pero no vivo de ello. No creas que no los he escuchado, tanto cosas buenas cómo malas en alguna ocasión. Y estoy seguro que a ti también te pasa. O a veces hasta con la pura mirada se nota. ¿No crees? —

Y es que, es una experiencia demasiado común en los poblados, que la gente hable de los personajes más emblemáticos del área. Retomó entonces su actividad inicial, terminando de limpiar la barra. Dirigió una mirada a Kaeya, quien le cuestionaba por aquel héroe. ‘’Que infantil’’, pensó. Si bien, era cuidadoso con su alter ego, sabía perfectamente que no podía ocultarlo ante alguien tan perspicaz y que lo conocía tan bien como el que alguna vez fue su hermano jurado.
(...)
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La actitud tan alegre a pesar del llamado de atención que el peli-azul mostraba, no le producía mas que molestia. ¿Es que acaso no puede tomarse nada en serio? Tampoco es cómo si fuera a echarlo del local sólo porque sí. Su relación, si bien estaba fragmentada, el recuerdo que mantenía le impedía a veces ser extremista contra el caballero.

—Gracias por la preferencia, supongo. —

Dijo en respuesta, acerca de poder irse a otros lugares. Entre las conversaciones ajenas y el ruido típico en una noche en la taberna, comenzó a cuestionarse su decisión de haber ido esa noche. Podría haberse evitado la incomodidad, incluso pedirle a alguien de confianza para estar ahí en su lugar, pero no fue así. Ahora estaba ahí, tras aquella barra, viendo al capitán de caballería degustar un vino, cómo si fuera la mejor experiencia en la vida. Jamás podría empatizar con aquel gusto.
(...)
Siempre había alguien que contaba secretos, gustos o deseos a otros en la supuesta confidencia de algún callejón o tras una ventana abierta. Mondstadt era tan predecible a veces. Volvió a beber, pero en esta ocasión dio un sorbo tan largo que con él casi acabó la bebida.

— ¿Sabes algo? Es curioso que mientras no estabas no tuvimos problemas o incidentes otra vez con el sujeto de siempre, ya sabes, ese que le gusta jugar al héroe para resolver los asuntos que, aparentemente, no podemos ¿cómo era su nombre? —Preguntó para sí mismo mientras que parecía haberlo olvidado por completo, haciéndose el tonto mientras que, claro, su atención estaba centrada en él.— Ah sí, el héroe oscuro. Seguramente se marchó de la ciudad porque no había nada interesante en éstos días, ¿de casualidad no sabrás algo al respecto, Diluc?
¿Un viaje tranquilo? Claro, no era tan difícil de creer cuando en todo Teyvat existían desastres, a menos claro, que él se hubiese encargado de hacerlo “pacífico”.

¿Nunca has escuchado lo que dicen los demás de ti en las calles? Eres un hombre joven, apuesto, bien educado, con una buena posición, dueño del viñedo que produce el mejor vino de diente de león y también se reconocen tus hazañas del pasado. ¿Por qué no hablarían de ti? —Parecía una broma más, un intento desesperado de fastidiarlo, de hacerle ver que se alejaba absolutamente de todo aquello que debía interesarle o, quizás, solo intentaba que su conversación durara un poco más, encontrar el mínimo espacio para colarse y seguir atrapándolo.— Eres el único que parece no darse cuenta del lugar que ocupa y cuan constante es tu nombre entre los chismes de la ciudad.

Quizás esa era la ventaja principal de patrullar, de vez en cuando, por las calles de la plaza.
y ahora parecía ser que todos sus esfuerzos iban empeñados en hacer que la plática durase un poco más, así que carraspeó.

Si huyera de mis responsabilidades no vendría para acá, iría a cualquier otro lugar donde no intentaran echarme con excusas tan tontas. ¿Por qué no solo dices que no quieres verme? —Inquirió divertido, pero sus intenciones eran claras: No iba a moverse, no hasta que se saciara del alcohol o estuviese lo bastante ebrio para evitar hablar de más.

Toda su atención pasó entonces a su copa. Su ojo observó con atención su reflejo en el líquido carmín y allí evocó memorias que detestaba, pero al mismo tiempo le reconfortaba. Tomó el cristal por el tallo, lo sacudió con ligereza y, tras olfatearlo unos segundos, le dio el primer sorbo que le refrescó la garganta. Incluso el corazón. Y aunque parecía perdido en ese acto tan placentero que era degusta el vino, no dejaba de escuchar al pelirrojo hablar.

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