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Si bien Diluc era conocido en Mondstadt por no permanecer demasiado en un mismo lugar, no podían negar que era un hombre bastante responsable. Y es que, a pesar de sus viajes constantes, solía pasar ocasionalmente, e inclusive atender a los clientes personalmente en su taberna Obsequio del Ángel. Justamente hoy, era una de esas raras ocasiones. Tenía que conversar con Charles, su empleado de confianza, sobre lo que hacia falta en el local; entre insumos y mantenimiento...
 
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y ahora parecía ser que todos sus esfuerzos iban empeñados en hacer que la plática durase un poco más, así que carraspeó.

Si huyera de mis responsabilidades no vendría para acá, iría a cualquier otro lugar donde no intentaran echarme con excusas tan tontas. ¿Por qué no solo dices que no quieres verme? —Inquirió divertido, pero sus intenciones eran claras: No iba a moverse, no hasta que se saciara del alcohol o estuviese lo bastante ebrio para evitar hablar de más.

Toda su atención pasó entonces a su copa. Su ojo observó con atención su reflejo en el líquido carmín y allí evocó memorias que detestaba, pero al mismo tiempo le reconfortaba. Tomó el cristal por el tallo, lo sacudió con ligereza y, tras olfatearlo unos segundos, le dio el primer sorbo que le refrescó la garganta. Incluso el corazón. Y aunque parecía perdido en ese acto tan placentero que era degusta el vino, no dejaba de escuchar al pelirrojo hablar.
 
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