—Sí... No. No, bueno sí... —un gran dilema fue capaz de hacer dudar a la fiera instructora, siendo esta una clara victoria para Nearl y sus brazos cálidos. Maldice el momento en el que se dejó atrapar por ella y su encanto, pues ahora parece convertirse en una necesidad. —Está bien, está bien —suspiró profundo, se relajó y bajo la guardia al dejar de tensar sus brazos, sus manos—, sólo porque tú me lo pides.
Sus grandes ojos dorados se fijaban en los de Dobermann, aunque decía una cosa su interior parecía resistirse a dejarla ir, por lo que la sostendría un momento más entre sus brazos, la calidez compartida parecía ser mucho más cariñosa de lo normal.
— ¿De verdad quieres que te suelte? — la asió de la cintura, abusando de su fuerza ligeramente mayor a la ajena.
"Oh no..." pensó. Las manos, el abrazo cálido de Margaret funciona como un refugio ante la actitud exigente e íntegro de la Instructora. ¿Qué pensarían los reclutas al ver a la comandante en una situación tan vulnerable? Y ¿De Margaret? —No, no debería de suceder —aunque sus manos pretenden alejarla, su mente grita que se quede justo en donde está.
