—Intenta no llamar mucho la atención. Esta ciudad está infestada de ángeles —empezó a andar hasta la puerta principal y la abrió apenas, antes de girar levemente sobre sus talones para verlo de reojo—. A menos que quieras que nos desempolvemos un poco después de comer. Podríamos jugar a "quién caza más", al igual que cuando niños.

— No sería capaz de hacerlo — Miró en la misma dirección, solo por imitarla — Que considerada. Aceptaré tu regalo navideño. ¿Vamos? —

—¿Me estás retando? Te recuerdo que negociar y ser el rostro de esta pequeña agrupación es tu asunto y el mío es estar en la acción, dedos de mantequilla —alzó ambas cejas y miró de reojo la ventana, el sol empezaba a alzarse en el mundo humano— Pero, hoy es navidad así que, como ofrenda de paz, ¿qué tal si te invito a degustar los manjares de esta ciudad?

— No te quejes, tú empezaste — se sacudió el abrigo, de paso lo alisó. — Negociando con magnates a los que ni tú te atreves a acercarte. Tú perdiste tesoros; yo gané algunos. —

—Qué modales —murmuró con sarcasmo mientras se sacaba una rama de plástico del cabello; por supuesto que lo había extrañado, pero era mejor no decírselo—, dime, ¿dónde estuviste todo este tiempo?

Qué bueno que el ramito era de plástico porque lo apretó en la mano... y se lo lanzó a la cara. (?) — También te extrañé, Deva.

En lugar de obsequiarle un beso, -como tradicionalmente se hace- Deva estiró su diestra y atrapó la mejilla de Voltaire entre sus dedos. —¿Creíste que con eso iba a pasar por alto tu repentina desaparición?, ¿sabes cuántos buenos tesoros me costaste? {?}

— El mejor milagro — Sacó un muérdago del bolsillo. — Ho-ho-ho. —

—Su repentina aparición, ¿es un milagro navideño?

— Bonita sonrisa. ¿Qué la ha provocado esta vez? —