Si tenía que referirse a los inicios de todo, al primerísimo de todos, probablemente ni se acordaría. Catar como tal lo que sentía al hacerlo no llegó hasta que su viaje desembocó en aquellas tierras que pisaban ahora mismo. Pero sí había tenido oportunidades de tontear con latas de pintura ajenas cuando lo animaban a dejar alguna huella en la París nocturna, como un juego tonto de adolescentes que improvisan su propia máquina del tiempo, o una tontería así.
Tras los sueños frustrados y las inmundas verdades, continuó aquello que había empezado en un callejón a escasos metros de las escaleras que daban a su portal. Su primer Skinhead. El diseño de sus letras tomaban una forma bastante simple, directas de su caligrafía -dolía verla, aunque cuando se ponía artístico podía disimular eso.- Por otro lado, la pequeña caricatura del rapado con el cigarrillo en la boca aún le quedaba por retocar, por ver hasta qué punto se podía perfeccionar. Se [...]
