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Css1563493 · 31-35, M
Pero, ¿cómo podría encontrar inspiración en la nada? Los animales se habían retraído, y los ecos morían, apenas alimentados por el rumor del viento o por las pisadas ahogadas del mismo varón que, sin saber a dónde se dirigía, dejaba atrás sus huellas sobre la nieve, internándose en el corazón de la arboleda mustia con una determinación que raras veces nacía en él. Era como si algo lo llamara, atrayéndolo con las promesas del arte (y la voz seductora, hechicera, que solamente esa fuente podía ofrecer) para encontrar su final entre el hielo embellecido al convertirse en hojuelas, cristales simétricos que, en conjunto, creaban montículos, sendas, lápidas insensibles a las verdades del osario. ¿Moriría ahí? Esa era una pregunta aún sin respuesta, una que no se hizo mientras caminaba; no necesitaba mayor acicate que la necesidad de crear; un sentimiento que nunca podía sacudirse, pues era el impulso primario de su ser.
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