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—Buenas noches. Mi nombre es Sirius, y espero poder entretenerlos un poco hoy.
Sus dedos se colocaron en el mástil de la guitarra, muy cerca del cuerpo, pues la pieza que pensaba interpretar comenzaba con sonidos altos. El silencio se hizo en el local, y la gente esperaba, atenta, a que las cuerdas vibraran, sin saber qué vendría: si un fiasco total, o algún virtuosismo desconocido. Sirius dudó. Cerró los ojos y, por segunda vez en la noche, respiró, tomando aire y coraje a la vez; y, sin abrir los párpados, alzó la mano que asía la púa, atacando las primeras notas del Invierno de Vivaldi.
Y entonces, la magia comenzó...
Sus dedos se colocaron en el mástil de la guitarra, muy cerca del cuerpo, pues la pieza que pensaba interpretar comenzaba con sonidos altos. El silencio se hizo en el local, y la gente esperaba, atenta, a que las cuerdas vibraran, sin saber qué vendría: si un fiasco total, o algún virtuosismo desconocido. Sirius dudó. Cerró los ojos y, por segunda vez en la noche, respiró, tomando aire y coraje a la vez; y, sin abrir los párpados, alzó la mano que asía la púa, atacando las primeras notas del Invierno de Vivaldi.
Y entonces, la magia comenzó...
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El escenario estaba, como era de esperarse, un tanto más arriba del nivel de los comensales, de modo que todos pudieran ver a quien actuara esa noche. Aquello era una novedad, pues era más habitual ver a algún poeta en ciernes recitando, o quizá un trovador empuñando su guitarra, en vez del hombre alto, esbelto y ataviado con un traje negro, que parecía un profesor despistado, verificando que el amplificador tuviera el suficiente volumen, y casi tirando el pedestal que sostenía el micrófono al jalar el cable de su Fender Telecaster Deluxe 72, en un intento de no dejarlo colgando y no tropezar posteriormente - cosa bastante probable, dada su propensión a los accidentes. Finalmente, faltando un minuto para las diez, colocó a un lado el taburete que le habían dejado, quedándose de pie frente al micrófono, con la guitarra colgando del talí, a la espera de las primeras notas.
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Sirius apartó con una mano la cortina de cuentas que hacía las veces de telón y separaba el escenario de la trastienda. Un breve vistazo le sirvió para confirmar que había más gente de la que creía: no era precisamente lo que esperaba cuando accedió a hacer "un favor" a un antiguo compañero de universidad, quien lo invitó a tocar aquella noche, con la premisa de difundir un poco la cultura - y, claro, hacer crecer su negocio, aprovechando el talento de Sirius sin prometerle más a cambio que bebidas gratis y alguna pequeña compensación simbólica.
—Me las pagarás, Otto. —Más por nerviosismo que rabia, se dijo a sí mismo tal cosa, pues estaba casi seguro que el susodicho no había previsto tal afluencia de clientela. El inicio de su recital estaba previsto para las diez, de modo que, si su reloj de pulsera no mentía, aún quedaban cinco minutos antes de la hora de las brujas. Inhaló profundo, dándose ánimos para salir, y dio un paso afuera, hacia la luz que lo esperaba.
—Me las pagarás, Otto. —Más por nerviosismo que rabia, se dijo a sí mismo tal cosa, pues estaba casi seguro que el susodicho no había previsto tal afluencia de clientela. El inicio de su recital estaba previsto para las diez, de modo que, si su reloj de pulsera no mentía, aún quedaban cinco minutos antes de la hora de las brujas. Inhaló profundo, dándose ánimos para salir, y dio un paso afuera, hacia la luz que lo esperaba.
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Moonlight Café
Media luz, susurros discretos, el murmullo acuciante de la concurrencia a la expectativa; mesas ocupadas casi en totalidad, y un dueño complacido, observando tras bambalinas, al ver el éxito de su idea en forma de la audiencia que abarrotaba el local. Era una noche de viernes, día perfecto para trasnochar y dejar que la fiesta se ocupe del estrés de la semana; o, para los asistentes al evento del Moonlight Café, era una oportunidad de escuchar algo distinto a lo habitual: re-interpretaciones de música clásica en guitarra eléctrica, aderezadas por la atmósfera rayana en lo íntimo de aquel lugar con sillones de cuero, mesas y sillas rústicas, litografías de Gaugin, Van Gogh y Picasso decorando las paredes, piso de madera y lámparas salpicando los espacios vacíos, de modo que la penumbra realzaba el aire cómplice del lugar. Perfecto para la bohemia, el romance, la poesía; ideal para el arte en su totalidad.[/code]
Moonlight Café
Media luz, susurros discretos, el murmullo acuciante de la concurrencia a la expectativa; mesas ocupadas casi en totalidad, y un dueño complacido, observando tras bambalinas, al ver el éxito de su idea en forma de la audiencia que abarrotaba el local. Era una noche de viernes, día perfecto para trasnochar y dejar que la fiesta se ocupe del estrés de la semana; o, para los asistentes al evento del Moonlight Café, era una oportunidad de escuchar algo distinto a lo habitual: re-interpretaciones de música clásica en guitarra eléctrica, aderezadas por la atmósfera rayana en lo íntimo de aquel lugar con sillones de cuero, mesas y sillas rústicas, litografías de Gaugin, Van Gogh y Picasso decorando las paredes, piso de madera y lámparas salpicando los espacios vacíos, de modo que la penumbra realzaba el aire cómplice del lugar. Perfecto para la bohemia, el romance, la poesía; ideal para el arte en su totalidad.[/code]
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