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-Ya no sabia que tan lejos estaba, tampoco le importaba mucho. Seguiría corriendo hasta que sus piernas colapsarán y el cansancio la dejara inconsciente. Era lo que mas deseaba la muchacha, su uniforme estaba sucio de tierra y hojas de las veces que había caído antes, rasguños en los brazos y piernas gracias a los arboles y piedras que se cruzaron en su camino. Sus manos tenían sangre, la sangre de uno de sus compañeros de clases.

Podía sentir aun la mirada de horror de sus compañeros, escuchar los gritos... Ver la sangre del brabucón en su mano luego de haberle cacheteado, o mejor dicho...
 
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Dejaba obrar con completa libertad a la joven, sin oponerse en lo absoluto a el accionar de la misma.

— ... Que la venidera noche le otorgue protección... —

Meditativo y menguante era la actitud del Matusalén. Su ansia comenzaba a inquietarle al interior de su mente pues había realizado ya varios movimientos y el solo echo de moverse a plena luz del día, le significaba un desgaste aún mayor. El deterioro era visible en su atlética figura, de la que su capacidad muscular se había reducido un tanto, como el tono de su piel pálido-grisácea también denotaba un súbito envejecimiento.

Permaneciendo erguido y centrado, escuchó gracias a su percepción aumentada el avance de la manada desde la desembocadura de la colina. Sin embargo, a las afueras de esta, aparecía la figura de 4 entidades vestidos completos de negro, diferentes estilos pero todos con una cobertura en sus rostros y sin piel visible ante el día.
 
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