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DevilHunterDante · 31-35, M
—Definitivamente no. En mi mente, siempre te veré con tu pijama y tu pogo saltarín como Burbuja, pero este disfraz tampoco te queda nada mal.
Circex · 22-25, F
— ¡No Dante, no mires! Esa no soy yo, es Patricia. — Saltó tan alto como pudo por la espalda de él y le cubrió los ojos con las manos. Para no caer sus piernas terminaron abrazando el vientre de él, además moría de la vergüenza.
DevilHunterDante · 31-35, M
Sus ojos se abrieron como platos al verla saltar tan alto, y su cuerpo se tambaleó al tener que ejercer fuerza para sostener el peso de la rubia, quien colgaba de su cabeza hasta que sus piernas se enredaron sobre su abdomen. Apenas recobró la compostura, se palpó la cara, sintiéndole el dorso de las manos.
—Pero poooor supuesto que no eres tú. Recuérdame algo, ¿cuántas personalidades se supone que tienes? —Continuó palpándole los antebrazos, y luego bajo hacías aquellas piernas, palmeando sus rodillas, y poco después, ciñendo sus dedos sobre ambos muslos.
—¿Llevas medias de seda? Qué buen gusto. ~
—Pero poooor supuesto que no eres tú. Recuérdame algo, ¿cuántas personalidades se supone que tienes? —Continuó palpándole los antebrazos, y luego bajo hacías aquellas piernas, palmeando sus rodillas, y poco después, ciñendo sus dedos sobre ambos muslos.
—¿Llevas medias de seda? Qué buen gusto. ~
Circex · 22-25, F
— ¿Unas tres o tal vez cuatro? Pueden ser más incluso. — Bajó la guardia tan fácil con esa pregunta que cuando volvió en sí hundió los dedos sobre las cuencas de los ojos.
Cómo ya era costumbre, las mejillas y las orejas de Circe se sentían tan calientes que era lógico que estuvieran coloradas.
— ¡No! ¡Sí! ¡Ya, Dante!
Se aferró tanto al hombre y era tanta la vergüenza que no sabía dónde ocultarse. No imaginó que la vería vestida así tan pronto que no encontró nada mejor que morderle la oreja, tal vez con eso lo distraería.
Cómo ya era costumbre, las mejillas y las orejas de Circe se sentían tan calientes que era lógico que estuvieran coloradas.
— ¡No! ¡Sí! ¡Ya, Dante!
Se aferró tanto al hombre y era tanta la vergüenza que no sabía dónde ocultarse. No imaginó que la vería vestida así tan pronto que no encontró nada mejor que morderle la oreja, tal vez con eso lo distraería.
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