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Muy buen chico... Ahora tendrás tu recompensa...

*Dicho aquello, entre risas por ver la desesperación del chico, el esparvus, dispuesto a hacerlo sacar el alma por los labios introduce de golpe su erecto falo en la cavidad anal de ese amante.

Para escuchar sus gritos con total libertad por parte del chico peliazul, retira los dedos de su boca y con esa mano sujeta su cuello, mientras muerde levemente su oreja; comenzando a moverse con cierta impetuosidad, la suficiente para provocarlo a jadear y gritar, para que se sintiera desesperado y comprendiera que, no importa cuanto lo intente, cuanto maldiga y reniegue, no podrá liberarse del esparvus hasta que él lo decida así. Por otro lado igual mide esa misma fuerza con la que lo embiste para no lastimarlo más allá de lo que pueda tolerar.*

¿Ya has comprendido o necesitas más castigo...?
 
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¿Qué no? Te lo he dicho. Nadie me dice que no a mi, nadie me dice que tener y que no...

*Un tanto irritado por tanta palabrería, con la mano con la que sujetaba su nuca, presiona su mentón para obligarlo a abrir la boca e introducir dos dedos en la misma, con la intención de acallar sus palabras.*

Si muerdes te arrancaré todos los dientes de esa linda boca tuya, ¿queda claro? *Susurra a su oído, ya dejando de lamer su abertura anal, pues ya la ha dejado preparada para lo que hará a continuación. Desabrochando tan sólo su cremayera, frota, primero suavemente la punta de su falo erecto en la abertura anal. Los jadeos del chico han funcionado bien para excitarlo.*

Veamos que tan ansioso estás de recibir tu premio... *Musita entre ligeras risas, frotando el miembro entre los glúteos del joven y dando sonoras nalgadas a estos, que, con la misma fuerza dejaría rojizas y las hace rebotar, para tan sólo deleite del esparvus.*

Vamos, muéstrame que tan ansioso estás de recibir mi verga...
Muy buen chico... Eso me gusta, que admitas tus sensaciones... Pero esto no terminará aún...

*Dicho aquello, el esparvus procede a soltar los grilletes con un sólo toque de su dedo y, ya hecho eso toma por las caderas al chico y lo voltea en la silla; obligándolo a colocar ambas manos en el respaldo de la misma, las rodillas en el asiento y, apretando su miembro con una mano para evitar que termine, con la otra aferra sus caderas para levantar su trasero y dejar a su vista un pequeño, redondeado y rosado orificio.*

Qué hermosa vista...

*Con una sonrisa lasciva, ríe levemente, sujetando por la nuca al chico para evitar que se moviera o voltease, antes de inclinarse y lamer con la punta de su lengua aquella abertura; al inicio, para aumentar el ritmo de las lamidas y succionar con la misma, hasta introducirla de poco a poco entre las paredes anales.*

No te dejaré terminar hasta que hayas obtenido tu recompensa por ser buen niño...
*Ríe levemente con las reacciones del chico, separando ya su boca del cuello de este, saboreando su sangre.* Buen chico... *Musita a su oído, aumentando el ritmo de la masturbación, sabiendo ya que las reacciones, que al parecer era la primera vez que el cuerpo del joven las experimentaba, serían ya incontenibles para él.

Siguiendo con el comportamiento lascivo en aquel momento, ahora baja su boca a uno de los pezones del muchacho, lamiendo primero, para comenzar a succionar, primero suavemente, luego con mayor intensidad hasta casi trasnformarse aquel jugueteo en una mordida que jala, a la par de la mano que se ocupa del miembro ajeno. Siguiendo con el otro pezón hace lo propio y luego alterna la lengua y los labios en ambos, hasta estimularlos lo suficiente.* Tus palabras siguen renegando... pero tu cuerpo me dice otra cosa...
¿Así que no provoco miedo en tí? Entonces te haré sentir algo más...

*Continúa con aquel toqueteo lascivo a su entrepierna, mientras se acerca a su oído y susurra.* Yo creo que por el contrario... lo estás disfrutando...

*Cuál demonio acostumbrado a hacer lo que desea con los demás sin considerarlos posa sus labios en su cuello, para dar una mordida profunda al mismo, perforando su piel con sus afiliados dientes, saboreando su sangre después.* ¿Qué no haga qué? Nadie puede decirme que o no hacer... *Con aquellas palabras comienza a frotar el miembro ajeno del joven con su mano, mientras vuelve a encajar los dientes en su cuello.*
Ya veremos si sigues pensando igual cuando termine contigo... *Responde ya el esparvus en la habitación escudriñando con su sensitiva mirada, los escalofríos que el joven reflejaba con la reacción de su piel.* Así que in tritón... vaya...

*Quitándose su capa y colocándola en un perchero, le dirige una mirada bastante lasciva a aquel chico, el penetrante carmesí de su mirada parecía profanarlo tan sólo mirarlo. Y, mostrando una sonrisa maliciosa, se acerca en un santiamén a la silla donde se encuentra el joven sentado, inclinándose frente a él, a una distancia que no respeta espacio alguno, como si de una bestia al acecho de su presa se tratase.* ¿Sabes lo que te pasará de estar atado aquí mucho tiempo...? *Mostrando una de las cadenas, la sacude frente a sus ojos para que aprecie que por las "venas" de la misma corre un líquido carmesí.* Es tu propia sangre, alimentandolas lentamente. Así que si deseas salir de esto tendrás que hablarme con propiedad, mocoso. *Al decir aquello, tan sólo por diversión, lleva sin ningún miramiento la mano a la entrepierna del chico, presionando con la misma sus, ahora órganos sexuales.* ¿Qué se siente ser tocado por primera vez después de tener escamas? *Ante aquello ríe de manera burlona mientras, con la otra mano, obliga al chico a llevar la cabeza hacia atrás, tomándolo de los cabellos y dejando su cuello expuesto para él, mientras con la mano en su entrepierna comienza a presionar y masajear aquella parte.*
¿Qué no estoy a la "altura"? ¿De quién? ¿Tienes alguna idea de lo que somos? Ya conocerás lo que podemos hacer... *Con una rápida mirada a sus centinelas del abismo, es suficiente para que estos lleven al chico a la fortaleza, mientras su rey, observa al horizonte marino, aún escudriñando con la clarividencia de cacería en auras, el sitio donde han salido aquellos seres y regresado a su habitad. Sonriendo levemente, regresa a su castillo, después de unos minutos, seguido por un monaguillo que no hacía más que recoger las aves muertas que caían bajo las flechas de su rey.

Entrando en el recibidor, los centinelas aún sujetan al chico, esperando alguna orden de su amo, a lo que este sólo mira a una habitación en el pasillo, acto seguido estos llevan al chico ahí y se adentran con él en el lugar.

La estancia no es más que una habitación amplia y circular con una sola silla con grilletes y, sentándolo en la misma, le colocan aquellos artefactos en manos y pies, los cuales, al contacto con su piel, brillan momentáneamente con un destello carmesí para que este forme una especie de "venas" en las mismas.

Con una mirada, el esparvus retira a sus demonios para que este y el chico se queden solos en aquella habitación.* Comencemos por tu nombre... raza y todo lo que se me antoje saber de ti... si no contestas tengo algunos métodos para sacarte la verdad...
*Molesto por aquel bostezo, el esparvus se acerca al joven, tomándolo del mentón, esbozando una fría y cruel sonrisa, aunque sutil, la hilera de afilados dientes como pequeñas navajas se dejan entrever por sus labios. Aquel gesto, en lugar de agraciar sus hermosas facciones, las vuelve duras, despiadadas, algo que cualquier demonio estaría orgulloso de presentar.

Tras una leve caricia a su mentón, no escatima en más delicadeza y le suelta una bofetada, aunque leve, la fuerza que posee en su brazo por lo menos haría sangrar la piel sensible de alguien.* Impertinente... No te irás...

*Tras ese gesto de desconsideración inusitada, aferra los cabellos del joven para hacer que lo mire la los ojos y hablarle en un susurro.* Ahora menos dejaré que te vayas... y tu impertinencia te la quitaré como sea... ten por seguro que será un reto... y amo los retos... así como adiestrar a nuevas mascotas... *Con aquello acentúa su sonrisa, resaltando la oscuridad profundo que esconde aquel semblante y a los que, sólo pocos les ha confiado para compartir sus pesares.*
*Es en medio de su "relajante" cacería, cuando el esparvus presiente el acercamiento de auras desde el mar, y, con una impávida calma sólo mira con el rabillo del ojo a aquellos seres acuáticos que surgen a una p0ridente distancia de tierra. Ocupando igual su sensibilidad para las auras, dispara a la gaviota que tenía por objetivo antes de que irrumpieran aquellos seres, matándola sin siquiera mirarla.

Cuando ve caer al chico e irse a los del mar de aquel lugar, sólo se dirige lentamente a aquel muchacho, mientras dos de sus centinelas lo sujetan por los brazos y lo obligan a mirar a su Rey, un joven buenmozo de una altura que supera fácilmente el metro noventa y, mostrando un talante intimidante, no cabe duda alguna de su linaje y el poder como guerrero que ahora ostenta.*

¿Quién eres y quien te has creído al venir a mis dominios...? *Profiere con una voz gélida, profunda y cruel, escudriñando al chico, a quien sostienen sus soldados, con sus penetrantes ojos carmesíes, por los que pareciese se asoma el mismo infierno.*
Los minutos iban pasando rápido, la muerte había llegado para el Rey de las profundidades a manos de una manada de tiburones que no hicieron más que luchar sin honor. Christian, en esa época conocido por ser gran amigo del Rey solo había vuelto a la gran gruta para dar la mala noticia y los detalles a la Reina Monirque quién no lo tomó de buena manera y decidió expulsarlo. Aún el sol no había tocado las frías aguas cuando dos tritones de la Guardia llevaban a rastras por todo el mar hasta la costa, allí entonces salieron del mar esas criaturas que llevaban en medio al hombre de azules cabellos para tirarlo a la orilla, allí, rápido, en lengua antigua maldijeron a este y antes de que los que allí se encontraban pudieran reaccionar se marcharon nadando de inmediato. Chris no sabía como usar las piernas, más incomodo aun era sentir la Arena en las partes nobles de los mortales. Solo trata de levantarse, sin notar observadores buscaba acostumbrarse a las extremidades desconocidas.

- Ch... ~ ¿Por qué a mí? Maldita Monirque.

Dijo para sí mismo, entonces cuando logró mantenerse en pie unos segundos notó entonces los expectantes y cayó de espaldas a la húmeda arena de nuevo. Distraído intento mirarlos fijo, le preocupaba. Desconocía lo que pudieran hacer los que habitaban la superficie. No era miedo, era su sentido de supervivencia.