—La mesura es real —rápidamente respondió antes de exponer una sonrisa extremadamente amigable, hasta los ojos cerró un momento para poder dibujar aquello en su rostro—, pero la oscuridad también lo es —finalmente dijo para romper con lo que en su semblante se apreció, luego la diestra diestra volvió al asa, pero no levantó su taza—. No es muy profunda, pero es posible ahogarse en ella, como tal vez pueda ocurrir si me atrevo a navegar por tus mares —finalmente desvió su mirada al frente, aunque poco tardó en cerrar los ojos. Una ínfima risa escapó de su garganta, misma que ahogó con un nuevo sorbo.

Luego de que ella habló hubo silencio, pero no se trató de uno incómodo o que denotara disgusto por su parte, no; simplemente se trató de una ausencia que únicamente la dejó a su invitada y a sus pensamientos convivir forzosamente. No sonó el brebaje penetrando la frontera de sus labios, tampoco cuando de nuevo en el pequeño plato la taza se apoyó, antes de liberar sus dedos de la asa de tan fino recipiente—. Me apresuraría a decir que es una malinterpretación, pero déjeme preguntarle algo —en ese ritual en el que bebió del té, él mantuvo su mirada oculta tras la oscuridad de sus párpados, mas cuando la interrogante estuvo a punto de nacer, desvió su completa atención hacia ella, sus orientales facciones de aporcelanada esencia— ¿Es por su intuición que tiene esta percepción o fue la experiencia la que habló por usted? —fue también directo, tal vez demasiado raudo, aunque resultó una excelente oportunidad para conocerla sin preguntar de forma explícita.

— Siempre que el trato sea cordial, señorita Bae — hizo un gran esfuerzo para imitar el acento ajeno, pero por muchos motivos no fue perfecto, aunque tampoco el intento grosero. Su respuesta, nuevamente, fue acompañada con gentileza, misma que supuso desencadenó aquella pregunta—. Pero si prefiere que mi trato sea distintivo con usted, por el bien de la convivencia, puedo cambiar mi manera de expresarme —finalmente mencionó aminorando la brillantez en su gesto, pero con la curvatura imperando en sus labios.

Una ínfima risa escapó de sus labios, con respeto se trataron, pero tanto su invitación como la dilación al momento de hacer una correspondiente introducción fue curioso, impropio, seguramente, de ambas partes—. Cecilio Rodrigo, un humilde pintor a su disposición —normalmente habría reverencias, gestos gráciles que parecen extirpados de un noble, pero en esa ocasión se limitó a sonreír con calidez, cerrar por unos momentos sus ojos para engendrar este gesto, minuciosamente acompañado por una voz gentil que pretendía restar jerarquía a su propia existencia—. Le agradezco por aceptar mi invitación, beber el té en compañía es un lujo que no siempre puedo darme. —expresó con cortesía.

— Aprecio enormemente su eficiencia —un comentario que supo marcar con precisión lo que realmente estimaba de esa mujer, se había acostumbrado al sabor tan persistente en sus brebajes, a su dedicación en concretar con cualquier orden que de sus labios naciera—. Ahora que lo dice, ahí fuera no es tan habitual, aunque no me es extraño, ¿sabe? —retomó su atención a quién realmente merecía, halagar a una herramienta frente a otros no es diferente a un acto de fanfarronería, lo menos que él quiso trasmitir a la ajena—. Productos industrializados de pésima calidad, lo único al alcance por culpa de un ritmo frenético, pero necesario —opinó retomando las formalidades.